martes, 18 de diciembre de 2012

EL NOMBRE DE CANTORIA EN DIVERSOS LUGARES DE LA REALIDAD Y DE LA FICCIÓN




                                                              Por  Juan Chirveches


    El nombre de Cantoria.-

    Gerardo Diego (Santander, 1896 – Madrid, 1987), destacado miembro de la llamada Generación del 27, es, todos lo sabemos, un gran poeta. Compuso el soneto más famoso y perfecto, quizás, de la pasada centuria: el dedicado y titulado Al ciprés de Silos, que muchos expertos señalan como uno de los mejores de la literatura española.
    Escribió versos redondos y bellos, impregnados de música; alta poesía tanto tradicional como de vanguardia: él declaraba, a este respecto, que le atraían por igual “la tradición y el futuro; me encanta el arte nuevo y me extasía el antiguo”… Fue también músico y, durante muchos años, crítico musical.
    En 1979 recibió el Premio Cervantes, el más alto galardón de las letras hispanas. Libros suyos como Soria (1923), Versos humanos (1925), Alondra de verdad (1941), La suerte o la muerte (1963), entre otros, son referencia obligada en cualquier manual de Literatura…
    Juan Berbel fue un notable poeta nacido en la cortijada de las Pocicas (Albox) en 1907. Murió en Almería en 1977. Su libro Cielo arriba recibió unánimes elogios de la crítica. Es un conjunto de textos escritos en buena prosa poética, donde muestra su amor por las cosas sencillas del campo y su vocación por la Enseñanza. Libro de gratísima y muy recomendable lectura.
    Don Juan Berbel, durante bastante tiempo, a mediados del siglo XX, ejerció como maestro nacional en Cantoria, localidad de la que, además, fue alcalde. Desde nuestro pueblo envió a Gerardo Diego uno de sus libros…
    Muchos años después el escritor Julio Alfredo Egea (Chirivel, 1926) contó, en un fascículo dedicado a los pueblos del Alto Almanzora, que un día Gerardo Diego, sabiéndole almeriense, le dijo: “hay por tu tierra un pueblo que para mí, tan amante de la música, tiene el nombre más hermoso que nunca oí. Se llama Cantoria”.
    Y le refirió que había conocido ese nombre por el libro que don Juan Berbel le había enviado desde aquí.
    Para Gerardo Diego, el gran poeta, el mago musical de las palabras, el conocedor de los nombres de multitud de lugares españoles, catedrático de instituto en Soria, en Gijón, en Santander y en Madrid, para Gerardo Diego no había nombre más bonito que el de Cantoria
    Ciertamente el de nuestro pueblo es nombre bellísimo; rico en matices sonoros. Combina cierta dureza consonántica central, con blanduras líquidas que se derraman por las últimas vocales, trayéndonos ecos de una ría suave y luminosa, cuyas dulces aguas regaran un jardín de notas musicales.
    A la etimología de tan bello nombre nos ha acercado el magnífico estudio de don Pedro Lozano Blesa, publicado en el número 2 de Piedra Yllora. Sostiene don Pedro, con muy fundamentados argumentos y amplia cita de autores, que el vocablo Cantoria pudiera ser un teónimo, de origen íbero y celtíbero, formado por dos partes: “cant”, lo blanco, lo brillante; y “oria”, derivado de “ur”, el agua, el río…
    De manera que, según eso, podría significar “agua que brilla”, “río luminoso”. Aludiría, probablemente, al Almanzora, que, cuando sale, visto desde lo alto, viene lleno de espejos refulgentes, de luminarias y estrellas líquidas que emiten destellos blancos, como si la corriente fuera un ancho chorro de luz derretida.
    Lo cual ya observarían los antiguos pobladores.

    El nombre de Cantoria no se circunscribe a nuestro querido rincón de las tierras de Indalia, sino que, proyectado desde aquí, lo encontramos en otros lugares tanto de la realidad como de la ficción. Veamos.


    En la catedral de Toledo.-

    La ciudad de Toledo es patrimonio de la Humanidad. Concentra uno de los conjuntos históricos, monumentales, literarios, paisajísticos… más ricos del planeta. En el año 569 el rey Leovigildo la hizo capital de España…
    Su catedral es la más importante de nuestro país (catedral Primada). Fue fundada por Fernando III el Santo, y erigida a partir de 1227 en estilo gótico.
    El coro de tal templo es una obra de arte de valor excepcional. La maravillosa sillería alta, de estilo renacimiento, fue tallada en el siglo XVI por Felipe de Vigarny (lado derecho) y por Alonso de Berruguete (lado izquierdo y sitial del arzobispo).
    Pero nosotros vamos a fijarnos en la sillería baja. Porque allí, en el corazón mismo de la catedral Primada de España, encontramos escrito el nombre de Cantoria.
    El coro bajo, de madera de nogal, consta de cincuenta sillas más cuatro tablas rinconeras. Todo el conjunto fue tallado entre 1489 y 1495 por Maese Rodrigo, también conocido como Rodrigo Alemán, escultor nacido en Sigüenza, autor, igualmente, de la sillerías de las catedrales de Ciudad Rodrigo y de Plasencia, donde, por cierto, dejó talladas curiosas escenas eróticas, muy explícitas.
    Los cincuenta y cuatro relieves de los respaldos de la sillería baja del coro de Toledo, representan otros tantos momentos de la conquista del reino de Granada por los Reyes Católicos. Fueron estudiados con detalle por el insigne historiador Juan de Mata Carriazo, en 1927. El cual escribe que estas tallas representan “una verdadera historia gráfica” de aquella guerra.
    La universidad granadina editó en 1985 el libro de Carriazo “Los relieves de la Guerra de Granada en la sillería del coro de la catedral de Toledo”, con fotografías de Oronoz. En él leemos estas palabras: “la peligrosa compañía de tantas creaciones artísticas excepcionales en la catedral más rica del mundo, sobre todo en la vecindad de las maravillosas y atormentadas tallas de Berruguete, en el coro alto, hace que los relieves de la Guerra de Granada sean poco conocidos. Y, sin embargo, en esta serie de cuadros históricos de la mayor veracidad, contemporáneos de los sucesos, está vivo el recuerdo de aquella levantada empresa, en cuyo fuego cuajó nuestra conciencia nacional”.
    La mayor parte de los tableros representan el momento en que los moros rinden la ciudad de que se trate, y entregan las llaves al rey don Fernando.
    Del más de medio centenar de tallas, trece están dedicadas a la provincia de Almería; tres a la capital, y una a cada uno de los siguientes lugares: Cabrera, Serón, Vélez Rubio, Huércal, Vélez Blanco, Mojácar, Cantoria, Purchena, Vera y Níjar.
    El tablero dedicado a la toma de Cantoria está en el lado del Evangelio. Nuestra ciudad fue reconquistada en 1488, y, como queda dicho, muy pocos años después Maese Rodrigo labró este relieve.
    La escena representa el momento en que dos moros cantorianos salen por la puerta de la fortaleza, que aparece en el centro de la composición, para rendirla. Está flanqueda por dos torres. Y tallado en la del lado derecho, según miramos, se lee este nombre: Cantoria.
    Ante las murallas del pueblo vemos al rey Fernando el Católico, a caballo, al frente del ejército cristiano. Viste jubón, y Rodrigo Alemán lo representa en el instante en que se vuelve a decirle algo a uno de sus acompañantes (que Carriazo identifica con el cardenal Mendoza, pero señala su anacronía).
    El rey y el ejército cristiano quedan hacia el lado izquierdo de la tabla (siempre desde nuestro punto de vista). Vemos caballos y cabezas de soldados con cascos; y lanzas que asoman. Sobre la puerta, entre las dos torres de la entrada, desde el matacán, un moro contempla la escena de la rendición y entrega de la plaza. Detrás de los muros, dentro del recinto, se elevan una tercera torre y un edificio, ambos con cubierta de tejas.
    Las murallas de Cantoria, con sus torreones, se van esfumando hacia el lado derecho del tablero. Debajo de los muros laterales, en primer plano, aparece esculpido un árbol que pudiera representar una morera. Y en plano más hondo hay un delicioso detalle cotidiano: una mora cantoriana, con cántaro a la cabeza, ajena por completo a la escena principal, que se desarrolla ante la puerta, se dirige al interior del pueblo por una entrada secundaria.
    La tabla, de manera similar a muchas otras, está enmarcada bajo arco carpanel adornado con entrelazos, y, como en las demás, hay curiosos animales que forman parte de un imaginativo bestiario.


    En Madrid. Barrio de Carabanchel.-

    Carabanchel es uno de los veintiún distritos en que se divide administrativamente la ciudad de Madrid. Es además un barrio populoso, muy simpático y querido por todos los madrileños. Tuvo una célebre cárcel que entre 1944 y 1998, en que fue cerrada, era el mayor complejo penitenciario de España.
    Su vieja plaza de toros de Vista Alegre, conocida como “la Chata”, es el coso taurino más antiguo de la capital española, muy anterior a las Ventas. En el año 2000 fue remodelada por completo y convertida en el actual Palacio de Vista Alegre, con capacidad para quince mil espectadores, donde, además de corridas de toros, se celebran tremendos conciertos de rock o pop, partidos de baloncesto, óperas, mítines políticos y otros espectáculos.
    No muy lejos de Vista Alegre, en el corazón del barrio de Carabanchel, junto a la calle General Ricardos, que es la principal arteria del distrito, encontramos otro lugar que lleva el nombre de nuestro pueblo: la plaza de Cantoria.
    Si salimos por la estación de metro Urgel, andamos unos pasos por Camino Viejo de Leganés y nos metemos en la calle Radio, en seguida estamos allí. La plaza de Cantoria dibuja un plano troncocónico sobre el suelo madrileño. Queda elevada respecto del nivel de la última calle citada, que la limita, y desde la cual se accede a ella por dos pequeñas escalinatas separadas entre sí por un talud sembrado de césped y ornado de rosas. Tiene el suelo de tierra, está flanqueada por pequeños árboles y delimitada por altos bloques de pisos de estilo funcional.
    Recuerdo que la visité por vez primera en 1977. Era un recinto apacible donde algunos niños jugaban vigilados por sus madres. Haciendo esquina con la calle Radio había (todavía lo hay) un bar al cual entré. Vi un pequeño cartel que anunciaba un partido de fútbol entre un equipo cuyo nombre he olvidado y el Cantoria C.F.: ¡el Cantoria de Madrid! Pregunté al dueño del bar y me dijo que se trataba de un club de juveniles que llevaba el nombre de la plaza…
    A finales del 2004 este lugar saltó a todos los medios de comunicación.
    Durante los años finales del siglo XX y comienzos del XXI Carabanchel se fue poblando de inmigrantes, que en la actualidad suponen cerca de una cuarta parte del total de residentes. La mayoría de ellos honrados y respetables trabajadores que han ayudado eficazmente al desarrollo de nuestro país. Pero también asistió el barrio, en esos años, a la importación, nacimiento y formación de peligrosas bandas callejeras integradas principalmente por suramericanos. Al momento actual, el eficiente trabajo de la policía mantiene controladas a estas pandillas, pero hace unos años abundaron los altercados y peleas entre los llamados latin kings y los ñetas.
    El 14 de noviembre de ese año, pasadas las once y media de la noche, tres jóvenes salieron de estampía por una de las bocas del metro de Urgel. Perseguidos a la carrera por un grupo de hasta veinte chicos, corrieron con desesperación hacia la calle Radio e intentaron acceder a la plaza de Cantoria que, por ser lugar espacioso, les ofrecía mayores posibilidades de escapar de sus perseguidores. Dos de ellos lograron huir, pero el tercer joven fue cazado por los atacantes junto al arranque de las escaleras que suben a la plaza. Un pedrisco de golpes le cayó encima. Por un instante logró desembarazarse de sus agresores. Se estiró y les hizo frente con la intención de defenderse. Pero no fue posible. Lo rodearon de nuevo y lo engulleron en apaleamiento brutal. Uno cogió un trozo de bordillo, que estaba suelto, y le asestó tres golpes en el pecho y en la cabeza. Luego se fueron. El agredido se incorporó y aún anduvo unos metros hasta caer exhausto, molido a palos como iba.
    Murió instantes después, tendido sobre el suelo de la madrileña plaza de Cantoria. La característica gorra que suelen llevar se veía esturreada a unos metros del cadáver. Del cadáver de Jesús Rafael Amaya Díaz, alias el Maestro, ecuatoriano, veinte años, miembro de los latin kings, con antecedentes por robo violento y lesiones.
    El suceso fue recogido por los más importantes diarios nacionales: ABC, El Mundo, El País… ya que fue el primer crimen que ocurrió en Madrid debido al enfrentamiento directo de estas inmigradas bandas de delincuentes callejeros…
    Estos hechos que comento pueden dejarnos la idea de lugar peligroso o inseguro. No es así. Sucedieron allí como podrían haber sucedido en cualquier sitio. Pero la plaza de Cantoria es espacio tranquilo: una plaza muy cuidada y bonita, con pequeñas zonas ajardinadas, parque infantil y bancos donde los jubilados leen pacíficamente el periódico.
    La podemos ver muy bien fotografiada, y hasta “pasear” por ella, entrando en Internet: Google maps, Madrid, plaza de Cantoria.


    En Cenes de la Vega (Granada).-

    Cenes de la Vega es un pueblo próximo a la capital granadina. Está situado en la carretera por la que, desde la ciudad, se accede a Sierra Nevada, al pie mismo del macizo montañoso.
    Tiene un famoso mesón llamado La Ruta del Veleta, de exquisita gastronomía, donde algunas veces almorzó el rey Juan Carlos cuando iba a, o venía de, esquiar.
    A la entrada de Cenes, en su lado izquierdo según se viene desde Granada, hasta hace poco tiempo había un gran cartel que anunciaba el nombre de una urbanización cuyas viviendas suben escalando la montaña: Urbanización Villa Cantoria.
    Está formada por algunas casas agradables que se disponen a lo largo de empinadísimas e incómodas cuestas, ya que nació adherida a las laderas de los montes que, desde el pueblo, suben hasta los farallones de Sierra Nevada. Por ello resulta agotador pasear por sus calles elevadas y solitarias, aburridísimas, donde pequeños chalets alternan con bloques de pisos de tres o cuatro alturas, casi todo construido en ese estilo despersonalizado y repetido hasta la saciedad con que constructores y arquitectos nos hastían desde hace ya muchas décadas.
    Observamos que muchas de las casas tienen las puertas blindadas con planchas metálicas. Y, como curiosidad, decir que algunas de sus calles llevan nombres dedicados a personajes históricos de la antigua Roma: calle Julio César, calle Trajano…También existe allí una plaza que lleva el mismo nombre de la urbanización: plaza de Villa Cantoria, con su pequeño parque infantil…


    En la novela Miradas en el estanque, de Araceli Pedrero.-

    La escritora Araceli Pedrero nació en Baeza (Jaén) en 1961. Trabaja en Granada y reside en el cercano pueblo de La Zubia.
    En el 2004, editada en la colección Granada Literaria, publicó su primera novela titulada Miradas en el estanque. Se trata de una excelente narración escrita en emotiva prosa lírica que, por momentos, alcanza cotas de alta calidad.
    Encontramos a lo largo del texto párrafos memorables como éste de la página 15: “la vida nunca tiene prisa por nada; es como un animal de múltiples pieles que descansa almohadillado al pie de nuestras ilusiones, dispuesto a tragárselas, ansioso y glotón, al menor descuido”…
    Una de las protagonistas tiene un aborto natural. Todo el episodio está escrito con gran intensidad y fuerza, y en él logra Pedrero magníficos registros. Y cuando acaba todo: “poco a poco fue haciéndose en su interior un atronador silencio, un silencio frío de tumba pequeña”.
    La novela se centra en los recuerdos de una niña que pasó buena parte de su infancia entre un mundo de mujeres adultas. La acción transcurre en un viejo caserón, grande, algo misterioso, situado frente a un estanque guardador de insondables secretos. Viejo caserón “cuya fachada de piedra algo gastada tenía el aspecto de esos viejos castillos que se alzan como mudos testigos en medio de un fragor postrero de batallas, lances amorosos y honores mancillados”.
    Pues bien. Esa casona, que poco a poco va adquiriendo fuerte presencia hasta convertirse en una protagonista más de la novela, y muy importante, tiene un nombre bastante familiar para nosotros. Porque esa casona, donde un día la niña Sara descubre “un aire herido que a la caída de la tarde salía del desván, recorría toda la casa, para, finalmente, entrar en la biblioteca”, esa casona se llama, también, Villa Cantoria.
    Cuando estuve hablando con la escritora le pregunté por qué había elegido ese nombre para el lugar que centra la acción del relato. Me contó que un día, al poco de comenzar la redacción, viajó a Cenes por motivos laborales. Llevaba un tiempo dándole vueltas a la cabeza sobre qué nombre elegir para su casa imaginaria. Buscaba uno que fuera sonoro, agradable al oído y que, al mismo tiempo, fuera capaz de sugerir fantasía y misterio. Al llegar a Cenes se fijó en el cartel que antes he comentado, donde se anunciaba la urbanización Villa Cantoria. Y al momento, fascinada por ese nombre, decidió que así se iba a llamar la casa de su novela.
    Pedrero, me aseguró, desconocía que existiera realmente un pueblo llamado Cantoria. Cuando yo se lo dije mostró interés, y expresó su deseo de conocer cosas referentes a nuestra pequeña ciudad.
    La imaginaria Villa Cantoria de la narración está situada en la bahía de Cádiz, no muy lejos del mar. La protagonista contempla la vivienda por primera vez desde el autobús, bajo la lluvia: “Fue al salir de una de aquellas exageradas curvas cuando Villa Cantoria apareció ante mis ojos, bueno, sólo un parte, lo que parecía una torreta. De todas formas fue suficiente como para imaginarme la casa más hermosa del mundo… una casa majestuosa y ausente. Eso me pareció. Allá en lo alto de una suave colina. Esperándome” (página 91).
    La autora se recrea en otras hermosas descripciones de la casa: su fachada, su interior, su pasado al contemplar una vieja fotografía (“aquella casa era Villa Cantoria cuando tenía menos edad”).
    Vamos avanzando, emocionados, en las páginas de la obra de Araceli Pedrero. Sara siente extraños presagios, intuye ausencias, todo comienza a volvérsele gris, ya no ve las cosas con el color de las miradas infantiles: “y nunca hasta ese momento me pareció tan fría, tan lejana, tan extremadamente lúgubre. Los ladrillos enmohecidos, la balaustrada envejecida, el tejado soñoliento… ¿estaba muy cambiada Villa Cantoria, o era que yo había crecido muy deprisa?”
    Y en la última alusión a la casa, escribe la novelista: “Ahora, en la cancela de entrada, donde nunca hubo escudos, ni blasones, ni grandes estatuas… cuelga un llamativo cartel que dice SE VENDE. Sólo el estanque permanece intacto. Bueno, los estanques, ya se sabe, son eternos”. 


                                                                              Juan Chirveches.

  Publicado en la revista Piedra Yllora, número 5. Cantoria, agosto - 2010

martes, 4 de diciembre de 2012

PACO TORONJO. ONCE AÑOS DE AUSENCIA




                                                                             Por  Juan Chirveches


    Francisco Gómez Arreciado, Paco Toronjo, el mejor cantaor por fandangos de Huelva que nunca haya existido, cantaba a corazón abierto; sabía transmitir el desgarro de su alma hecha trizas, y sacaba los tormentos que rebullían en sus pozos interiores a través del cable de la voz.
    Reconcentrado, con los ojos cerrados, cantaba desde muy adentro, agitándose, poniendo una increíble pasión en cada letra, en cada tercio que él derramaba dejando estremecido el aire y admirado al personal.
    Al atacar el palo, metía la cabeza y la dejaba casi apoyada en la mesa o en las rodillas, y al momento, nada más comenzar, levantaba su rostro de pájaro herido y decía su cante que imantaba almas.
    A veces, la fuerza con que ejecutaba los tercios le impelía a levantarse de la silla y enseguida caía derrengado sobre la anea, agotado por la tensión y la emoción que había puesto en la copla.
    Luego, al terminar, extendía los brazos lentamente, abiertas las palmas de sus manos, como dirigiendo la invisible orquesta de los silencios que quedaba sonando tras su voz. Abría muy despacio los brazos acalmando, con ese gesto, el desborde de pasión que él mismo, y desde sí mismo, había creado en el auditorio.
    En ocasiones, se apretaba la cara con los dedos mientras se estremecía cantando “ella es buena y volverá/ corazón mío no llores”…, y cantaba con sus manos, con su cuerpo entero, con su pelo negro que se agitaba emitiendo destellos acharolados.
    Otras veces, reposado, se contenía en los primeros tercios para vaciarse en el último, echándose afuera desde muy adentro.
    Tenía la voz rasposa, hondísima; cuando la alzaba parecía lijar el aire. Y cuando terminaba su fandango, el aire que había entre él y sus escuchadores quedaba lleno de las raspaduras flotantes de su voz
    Llevó a la perfección aquello que ya hacía Paco Isidro: rompía en dos partes algunas palabras, y entre uno y otro trozo de la misma palabra, mientras la guitarra seguía oyéndose al fondo, se abría un inacabable abismo de espera.
    Imprimió al fandango una hondura y una jondura desconocidas hasta entonces. Hondura y jondura son dos palabras distintas que envuelven conceptos, aunque conectados, diferentes. No es lo mismo la hondura que la jondura, como no es lo mismo lo hondo que lo jondo. Lo jondo es más hondo que lo hondo: cae y está más adentro. Lo hondo puede rellenarse de aire o de nada, mientras que lo jondo siempre está lleno de sentimientos, de sufrimientos, de derrotas y de pena. La hondura es una profundidad a la que podemos asomarnos a través del brocal de la filosofía, de la literatura o del arte; la jondura es una profundidad a la que sólo podemos asomarnos a través del brocal del cante flamenco.
    Hasta Paco Toronjo el fandango era palo más ligero, más festero. Él lo elevó a cante grande. Lo alzó de fandanguillo a fandango. Como él gustaba repetir, le quitó la i y le colocó la o. Y lo dotó, a la vez, de hondura y de jondura.
    Llevó a su culmen el camino que habían abierto y allanado Marcos Jiménez, Pérez de Guzmán, Rengel, Rebollo y el gran Paco Isidro; y sacó los estilos de Huelva de sus comarcas para subirlos a categoría universal. Despojó al fandango de sus connotaciones folclóricas, más ligeras, y lo aflamencó, lo ajondó y lo metió para siempre entre los grandes palos del flamenco. Y además lo hizo sin tocar en nada su pureza y su reconocible sabor tradicional, lo que solo está al alcance de los artistas más grandes: de los genios.
    Inventó la introducción de los fandangos por seguiriyas: creaba el ambiente y ajustaba la voz con los ayes de la seguiriya, hacía surgir su atmósfera, y cuando todo el mundo se preparaba para oírla, Paco Toronjo giraba hacia el fandango dándole un quiebro mágico al toro bravo del cante.
    Gran letrista también. Es fama que podía pasar toda una noche cantando fandangos sin repetir una letra. Desde profundidades muy jondas, y también muy hondas, desde simas de tristeza, subía y le salía por el volcán de su garganta aquello de:

                                     La salud y el bienestar
                                    los he perdido por ti,
                                    la salud y el bienestar.
                                    Me encuentro en un hospital
                                    solo, y no quieres venir:
                                    sabe Dios dónde andarás.

    Muchas letras de Paco Toronjo llaman, claman y reclaman a alguien que no atiende su grito desgarrado. Estremece oír cómo mueve y zarandea, desesperado, el último tercio de ese fandango, “sabe Dios dónde andarás”, y cómo deja la última palabra vibrando por encima del aire, en ondulaciones cargadas de sentimiento que finalmente nos cae encima como una lluvia de pena.
    Había nacido en Alosno, en 1928, y en su cara llevaba grabados los muchos años que, antes de la fama, había trabajado en los campos y en las minas del Andévalo.
    Cuando yo vivía en Huelva, de 1985 a 1987, Paco Toronjo era ya una institución en la ciudad. Había regresado a su tierra tras muchos años de éxito y de triunfos en Madrid, y mataba como podía interiores soledades. Tenía el corazón muy grande y muy herido.
    Un día le pedí que diera un recital en la cárcel, y le hablé de lo exiguo de nuestro presupuesto. “Niño, yo por cantar a los presos no voy a cobrar ná: me quemaría luego ese dinero en los bolsillos”.
    Una tarde del invierno de 1986 en un patio de la prisión abarrotado de presos, que no paraban de jalearlo, la voz de Paco Toronjo se abría paso, horadando vientos, hacia insondables abismos de emoción:

                                  A ese pobre pajarillo
                                 le han robao la libertad,
                                 y aunque siempre está cantando,
                                 no es alegre su cantar:
                                 quién sabe si está llorando.

    Entre fandango y fandango, con un frío que pelaba, me decía por lo bajo: “¡ojú, niño, qué frío!”…, y luego se ponía a cantar otra vez, de frente, de pie, a pecho descubierto, contra un aire oceánico que venía cargado de humedad, de tempestad y de mala leche.
    Cuando nos dimos la mano para despedirnos, me extendió una tarjeta de visita en la que decía escuetamente: “Paco Toronjo. Cantaó”. Y abajo a la derecha un número de teléfono cuyos dígitos parecían cagarrutillas que hubiera depositado allí la mosca de la desolación.
    “Niño, yo por cantar a los presos no voy a cobrar ná. Me quemaría luego ese dinero en los bolsillos”. Paco Toronjo murió en la ruina, en 1998, once años hace ahora, al comienzo del verano, cuando toda Huelva se pone de azul atlántico.

                                                                                      J. Ch.

              Publicado en el diario Ideal. Granada, 27 de junio – 2009
                             
                           Incluido en el libro El traje de la ciudad

martes, 13 de noviembre de 2012

PRESENTACIÓN DE CANCIONARIO, EL NUEVO LIBRO DE POEMAS DE JUAN CHIRVECHES.

  Presentación del nuevo libro de poemas de Juan Chirveches, titulado Cancionario. 
  Será el próximo día 22 de noviembre del 2012, jueves, a las siete de la tarde, en la sede de la Asociación de la Prensa de Granada, placeta de Peregrinos, esquina a calle San Matías. 
 Estará acompañado, en la presentación, por Manuel Casares, Víctor Vázquez y Pedro López Hurtado.  

lunes, 29 de octubre de 2012

PADUL




                                                               Por  Juan Chirveches


    El correr de los años, con sus azares y sus vaivenes y sus mudanzas, va dibujando en nuestro interior, con trazos indelebles, una cartografía personal, unos mapas exclusivos de los que sólo nosotros poseemos las claves, y que componen, en su conjunto, una privada, una íntima geografía sentimental.
    Una geografía sentimental que nos ha ido brotando por dentro; que hemos creado con los valles amenos que nacieron con nuestras risas; con las altas montañas que levantaron nuestras ilusiones; con los ríos caudalosos que formaron nuestras lágrimas; con los prados luminosos y floridos que resplandecieron con nuestros amores; con los intrincados bosques que enmarañaron nuestras pasiones; con los áridos desiertos interiores que se quedaron ahí adentro, cuando nos arrasó la pena.
    Y también con los lugares donde, en cierta ocasión, nos ocurrió algo; con las ciudades donde, tiempo ha, vivimos durante una época; con los pueblos donde, una vez, fuimos felices.
    En el mapa de nuestra personal geografía sentimental, Padul ocupa un lugar muy preferente.
    Padul, el pueblo luminoso que nos abre la puerta que da paso al valle de la Alegría: el valle de Lecrín.
    Padul, el pueblo de corazón abierto que, cuando los terremotos de 1884, acogió a muchedumbre de afectados de los pueblos vecinos, ofreciéndoles sus cuidados y la hospitalidad de sus casas, gesto que reconoció y premió el rey Alfonso XII.
    Padul, el pueblo heroico donde, en las afueras, cuando 1810, Juan Fernández -conocido como el Tio Caridad o como el Alcalde de Otívar- plantó cara a los franceses y, peleando, cayó herido, pensaron que de muerte. Durante aquella batalla fueron abatidos ciento cincuenta españoles, según la afrancesada Gaceta que se publicada en Granada capital…
    Padul, el pueblo valiente que, cuando 1569, aguantó la furibunda acometida de un incendiario ejército de moriscos, que metió fuego a la población y mató a medio centenar de los nuestros.
    Pedro Antonio de Alarcón, que pasó por allí el 19 de marzo de 1872, en su libro de viajes La Alpujarra escribe: “el Padul (donde se muda tiro) es una rica, alegre y aseada villa de 3235 habitantes”… Y más abajo, aludiendo a las bonanzas del Valle: “en el Padul inaugurábanse todos los encantos de aquel nuevo paraíso”…
    El pueblo se ubica en lugar privilegiado, lanzadera hacia Granada, hacia las Alpujarras y hacia el mar. Nos informa Madoz, en 1845, de que en su estafeta de correos se separaba la correspondencia con destino al Valle de Lecrín, a la Alpujarra o a Motril y la costa. Y también nos dice el gran geógrafo, que la fertilidad y abundancia de agua hacían que su vega ofreciera “el aspecto de una continua primavera”.
    Acunado al regazo de Sierra Nevada, situado en la esquina de una amplia llanura, que antes fue laguna, aparece El Padul en un recodo del terreno, junto a un bello paisaje, cercado por altas montañas a un lado, y una ancha y fértil vega al otro. Y al frente, la vista se va en la lontananza, por encima de Cozvíjar, de Dúrcal y de Nigüelas, hasta perderse en lo profundo del Valle, que comienza, ya al fondo, su alargado y largo descenso hacia el mar.
    Paseando por sus calles, mirando desde sus balcones, sobrecoge, a veces,  la maciza presencia del pico del Caballo, tan azul en verano, tan blanco en invierno, tan encima, nazareno pétreo y enorme, padre gigante al cuidado permanente de los cuatro pueblos que, como retoños, acoge bajo su manto.
   
                  Llevadme a las montañas donde se bebe pura
                el aura que el espacio tapiza con su azul:
                allí donde los cielos se abarcan en su anchura,
                allí donde se alcanzan en la feraz llanura
                a Málaga y Granada por cima del Padul”.
   
    José Zorrilla, el inmortal autor de Don Juan Tenorio, escribió estos versos en 1886.
    A cualquier amante de los viajes gustará una visita al Padul. Pasar y pasear, una legua antes, por la colina del Suspiro del Moro, desde donde el rey Boabdil, derrotado, caminando hacia la tristeza, contempló Granada por última vez.
    Recorrer, luego, sus calles blancas, tranquilas, con el decorado espléndido y esplendente, al fondo, del pico del Caballo, que nos saluda a la vuelta de algunas esquinas o al final de algunas calles. Beber sus aguas fresquísimas, riquísimas, en la fuente de los Cinco Caños, del siglo XVI. Admirar, junto a ella, el precioso lavadero, del XIX. Sentir la grandeza de la Historia entre los recios muros de la Casa Grande, de comienzos del XVII, hoy vacía: pero se dice que bajo la tierra de sus patios, hay enterradas enormes y misteriosas orzas de barro.... Temblemos de emoción, en su iglesia, ante el Cristo tallado por algún aventajado discípulo de Pablo de Rojas. Veamos las cruces de piedra del Calvario, del año 1700. Hagamos una maravillosa excursión por la Laguna, el más importante humedal del Reino de Granada, a través del recientemente acondicionado sendero del Mamut, con Sierra Nevada casi encima, entre cañales, carrizales, turberas, zampullines, ánades, fochas: un delicioso baño de naturaleza.
    Y, ¡cómo no!, almorcemos, en cualquiera de sus bien atendidos mesones, el sabroso choto al ajillo, auténtico plato nacional paduleño, acompañado de la refrescante y nueva cerveza Mamut, de elaboración local.  
                                                                                       
                                                                                 J. Ch.
        
              Publicado en el diario Ideal. Granada, 13 de septiembre - 2011

martes, 16 de octubre de 2012

LA VEGA DE GRANADA





                                     LA VEGA DE GRANADA

                                                                        Por  Juan  Chirveches



      ¿La Vega? ¿Qué Vega? Aquí de Vega ya no queda sino Lope (de imperecedera memoria). O las citas de los viejos romances en que valientes caballeros, desde la Vega, asaltaban los muros moros al rescate de hermosas cautivas cristianas.
      Ya no hay vega en Granada.
      La Vega era una blando mar vegetal, ribereño a la ciudad, y ahora es una charca de piedra marrón, y endurecida.
      La Vega era un campo ameno que fue sembrado con semillas de especulación. Y brotaron plantas que tenían, tienen, el tronco de cementón, las ramas de ladrillajo y las hojas de billetes para los concejales de urbanismo y los alcaldes recalificadores. Y sus frutos son picoteados y comidos por cuervos inmobiliarios, dañina especie de negro plumaje que planea sobre la Vega y la acomete por la izquierda, por la derecha y por el centro.
      Cuervos planean sobre la ex vega sin que nadie los fumigue.

                                                                             J. Ch.      

            Publicado en el diario Ideal. Granada, 6 de abril - 2006.

         Incluido en el libro de Juan Chirveches El traje de la ciudad.   
            

martes, 2 de octubre de 2012

EL ESCRITOR CANTORIANO JALID AL-BALAWI



                

                                                               Por  Juan Chirveches


                                 Dedico el artículo a la memoria
                               de Baltasar Fernández Cuéllar,
                               compañero de colaboraciones para
                               esta revista. Hombre bueno, amante de la
                               lectura y de la cultura; hombre honesto, hombre cabal.                



    1.- La España islámica

    El año 711 un ejército de musulmanes, dirigido por Tariq, invade España. En muy poco tiempo derrumban el poder visigodo y se adueñan de la mayor parte de nuestro territorio, a excepción de amplias zonas norteñas de los Pirineos, montes vascos, macizo galaico y cornisa cantábrica, en el corazón de la cual, en las montañas asturianas de Covadonga, el año 722, iniciarían los españoles la larga y heroica gesta de la Reconquista.
    Estos invasores llamaron al-Ándalus a nuestro país, y permanecerán en él ocho siglos casi completos, hasta 1492 en que los Reyes Católicos toman  la ciudad de Granada, capital del último reducto musulmán en la Península Ibérica.
    Durante esas ocho centurias al-Ándalus, la España islámica, no siempre constituyó un solo Estado, sino que, en el transcurrir de los siglos, fue pasando por diferentes y diferenciadas fases políticas, con la creación y desaparición de distintos Estados, sujeción a imperios norteafricanos o fragmentación en decenas de reinos moros independientes entre sí.
    En esquema, las sucesivas etapas por las que pasó la España musulmana, fueron las siguientes:
   
    Del año 711 al 756 al-Ándalus es una provincia más del extenso califato Omeya de Damasco, imperio que abarcaba desde la actual Siria hasta los montes Pirineos, englobando Arabia, Egipto, todo el norte de África y la península Ibérica.
    Entre el 756 y el 929 fue un emirato, o reino, ya independiente de Damasco, con capital en Córdoba.
    929 - 1031: Califato de Córdoba.
    1009 - 1090: Primeros reinos de Taifas, pequeños reinos independientes como los de Almería, Murcia, Badajoz, Sevilla, Carmona, Denia, Granada, Morón, Toledo, Zaragoza...
    1090 - 1145: Bajo el imperio Almorávide, que tenía su capital en Marrakesh (Marruecos).
    1145 - 1170: Segundos reinos de Taifas (Jaén, Valencia, Murcia, Baleares…).
    1170 - 1223: Bajo el imperio Almohade, que tenía su capital en Fez (Marruecos).
    1223 - 1287: Terceros reinos de Taifas (Murcia, Valencia, Granada, Niebla, Orihuela, Lorca, Menorca…).
    1232 - 1492: Reino nazarí de Granada.

    A lo largo de estos períodos el territorio de al-Ándalus se va reduciendo cada vez más, debido a la presión de los reinos españoles cristianos, que avanzaban de forma inexorable en la Reconquista de las tierras perdidas a comienzos de la octava centuria.
    Desde mediados del siglo XIII, lo vemos en el esquema, la España islámica -exceptuando algún foco aislado, como la taifa de Menorca, que cayó en 1287- había quedado reducida a la franja suroriental de la península, donde uno de los reinos, nacido cuando las terceras taifas, el reino de Granada, sobrevivirá de forma independiente durante más de dos siglos y medio.

   
    2.- El reino nazarí de Granada

    A comienzos del siglo XIII se resquebraja el dominio almohade en al-Ándalus tras la batalla de las Navas de Tolosa (1212), donde el ejército cristiano, formado básicamente por los reinos españoles de Castilla, Aragón y Navarra, vence a las huestes mahometanas.
    Muy pronto, aprovechando el descontento creado por la derrota, surgen caudillos locales, como Ibn Hud, en Murcia; Zayyan Mardanis, en Valencia, o Ibn Mafuz, en Niebla, que rechazan el poder del imperio de Fez y se proclaman reyes independientes en sus territorios. Nacen así los llamados terceros reinos de Taifas, la mayoría de los cuales no perdurarán más allá de veinte o treinta años, ya que todos fueron cayendo en poder de los cristianos españoles. Con una sola excepción: el reino de Granada.
    Su fundador fue Muhammad Ibn al-Ahmar, Muhhamad I (1232-1273), de la familia de los Banu Nasr, apellido del que deriva el nombre de la dinastía granadina: nasritas, nazaritas, nasríes o nazaríes.
    Al Ahmar había nacido en 1195 en Arjona (actual provincia de Jaén). Era agricultor, pero esa actividad la compaginaba con la dirección de acciones militares contra los cristianos, lo cual le había granjeado prestigio entre los suyos y fama de buen guerrero. Tenía el cabello muy rubio y por esta circunstancia los moros le llamaban Aben-al-Ahmar, que quiere decir “el hijo del Rojo”.
    En 1232, a sus treinta y siete años, se proclamó en Arjona emir de los musulmanes, y adoptó el rojo como emblema de su reino. En adelante, todas las enseñas y banderas del emirato nazarita lucirían ese color.
   En 1233 elige Jaén como sede de su gobierno; y, finalmente, en 1238, trasladó la corte a Granada, donde construyó para su residencia una alcazaba, que es la parte más antigua y fortificada de la Alhambra, la cual, según fuentes musulmanas, tomaría este nombre, al-Hamra, que significa “la Roja”, precisamente por Alhamar, el Rojo…
    Ese mismo año extendió su poder a Almería y Málaga, con lo que se adueñó de toda la franja suroriental peninsular… En su máxima extensión, el reino de Granada abarcó el territorio completo de las actuales provincias de Almería, Granada y Málaga, la parte meridional de la de Jaén, y algunas zonas de las de Córdoba, Cádiz, Sevilla y Murcia.
   Sus reyes gobernaron con los títulos de sultán y de emir.


    3.- El siglo XIV

    A grandes rasgos, siguiendo a Francisco Vidal, podríamos señalar que de los tres siglos por que cruzó el emirato granadino, el XIII fue el de su nacimiento y consolidación; el XIV trajo su esplendor y apogeo; el XV, su decadencia y desaparición.
    Así pues, el siglo XIV brilla de manera notable en la historia de este reino. En especial, durante los sultanatos de Yusuf I (1333-1354) y de su hijo Muhammad V (1354-1359 y 1362-1391).
    En aquel siglo, que corresponde al VIII del calendario musulmán,  Europa se sumió en una fuerte crisis, acentuada por la terrible peste negra de 1347-53, que se cobró en torno a veinticinco millones de muertos sólo en el viejo continente, casi un tercio de la población total.
    El reino nazarita no escapó a esta plaga, que se cebó con notable virulencia en Almería. Sin embargo, por diversos motivos cuya exposición rebasaría con creces el ámbito de este artículo, para el emirato de Granada aquella centuria significó una época de prosperidad económica y relativa estabilidad política y guerrera. Además, el siglo XIV granadino-andalusí alumbró uno de los más esplendorosos brotes artísticos y literarios del Islam, con obras de arte y autores universales.
    Se construyen en Granada los hermosísimos palacios de la Alhambra. Bajo Yusuf I se levanta la puerta de entrada al recinto alhambreño: la puerta de la Justicia; se inician la gran torre de Comares, que alberga el impresionante salón de Embajadores, y el patio de los Arrayanes. Con Muhammad V se rematan estas obras y se edifica el maravilloso patio de los Leones y dependencias aledañas, como la asombrosa sala de los Abencerrajes, o la pequeña joya del mirador de Lindaraja…
    En esa centuria vive y escribe sus más de sesenta libros el gran polígrafo de Loja Ibn al-Jatib, poeta, historiador, antólogo, médico, visir…, uno de los más admirados intelectuales de la historia islámica.
    Es en el siglo XIV cuando componen sus poemas los granadinos al-Yayyah y Ibn Zamrak, cuyos versos, junto a los de al-Jatib, convertidos en preciosas filigranas de yeso, decoran los muros de la Alhambra. Y también cuando escriben sus obras el filósofo de Guadix Ibn Tufayl (los prestigiosos arabistas José Miguel Puerta y Fernando Velázquez Basanta, defienden y argumentan que pudo nacer en Purchena o en Tíjola) y el notabilísimo gramático y poeta de Granada Abu Hayyan al-Garnatí.
    Es en el siglo XIV cuando viven los grandes almerienses al-Balafikí, Ibn Játima y Ibn Luyyún. Al-Balafikí, sabio y asceta, poeta e historiador. Ibn Játima, excelente poeta y médico, autor de un precioso diwan de poesías y de un valioso Tratado de la peste, así como de otro libro desgraciadamente perdido: Ventajas de Almería respecto a los otros territorios de al-Ándalus, que sólo conocemos por las elogiosas alusiones de diversos escritores e historiadores de la época. Ibn Luyyún, autor de un célebre Tratado de agricultura, que se conserva y que, afortunadamente, podemos leer hoy gracias a la esmerada traducción que hizo la arabista Joaquina Eguaras. Luyyún murió en Almería, en 1349, a consecuencia de la peste negra citada más arriba.
    Y es en el siglo XIV cuando nace en Cantoria, vive y escribe su libro de viajes, en que relata su peregrinación a la Meca, nuestro paisano al-Balawi.


    4.- Jalid al-Balawi

    En 1976 el autor de este artículo, a sus veintiún años, estudiaba el cuarto curso de la carrera de Historia en la universidad de Granada. Un día, en la biblioteca de la vieja facultad de Letras, en la calle Pontezuelas, mientras leía y tomaba notas del libro Historia de la historiografía española, de Benito Sánchez Alonso, sentí, de pronto, una punzante y agradable emoción. En una de sus páginas encontré por vez primera el nombre de un viajero y escritor del siglo XIV, nacido en Cantoria: al-Balagüí (así aparece escrito en el citado libro). Mi entusiasmo fue enorme ante tal descubrimiento: nunca había oído hablar de tan ilustre paisano, autor de una célebre rihla o libro de viajes. Copié en mi cuaderno, íntegra, la breve reseña que da Sánchez Alonso y volví a mi casa tan feliz como niño con zapatos nuevos…
    Desde entonces he procurado allegar el mayor número de noticias o referencias que me ha sido posible acerca de este cantoriano. Empeño, por cierto, en el que siempre me he visto muy limitado y obligado a moverme a tientas, debido a mi lamentable desconocimiento de la lengua árabe, idioma en el que se encuentran escritas las fuentes originales y, también, las más extensas y completas reseñas sobre nuestro autor, así como su propio libro, que, desgraciadamente, no ha sido traducido aún al español.


    5.- Referencias sobre al-Balawi anteriores al siglo XX

    Ya en vida fue Balawi escritor reconocido y poeta antologizado. Había escrito un famoso libro titulado Taj al mafriq fi tahliyat ulama al-Masriq, que se puede traducir, aproximadamente, por La corona que habla de los sabios del Oriente, en que narra las peripecias de su peregrinación a la Meca… Las alusiones a su obra y su fama, a veces controvertida, entre los arabistas que tratan de la cultura hispanomusulmana, llegan hasta la actualidad.
    Las principales referencias que tengo recogidas sobre él (aunque la lista es, sin duda, mucho más amplia), son las siguientes:
   
    Hemos hablado ya de Lisan al Din ibn al-Jatib, uno de los más grandes escritores de todo el Islam. Nació en Loja, en 1313; y murió en Fez, en 1372. Riguroso contemporáneo de nuestro Balawi, a quien conoció personalmente: vivieron, casi exactamente, los mismos años y entre las mismas fechas. Al-Jatib escribe sobre el cantoriano en, al menos, tres de sus libros conservados: al-Katiba al-kamina, Jatrat al tayf  y al-Ihata fi ajbar Garnata. Ninguno de los tres ha sido traducido al español, salvo fragmentos más o menos extensos.
   Al-Katiba al-kamina es una antología de poetas del siglo XIV en la que al-Jatib incluye al cantoriano, elogiándolo.
    El Jatrat al tayf es un libro de viajes. Cuenta la expedición de reconocimiento que en 1347 hizo el rey Yusuf I de Granada con su séquito -en el que figuraba el propio al-Jatib- a la parte oriental del emirato. Entre otros lugares visitaron Cantoria, donde les recibió al-Balawi, convertido en cadí de la ciudad tras el regreso de su peregrinación a la Meca. Refiere al-Jatib un episodio burlesco sucedido en nuestro pueblo, que comentaré más adelante, en el apartado 8 de este artículo… Lo cuentan los profesores Hoenerbach  y Bosch Vilá en un extenso trabajo dedicado a este libro que fue publicado en la revista Andalucía Islámica (1981-82).
    Al Ihata fi ajbar Garnata, conocida más comúnmente como “la Ihata”, es una magna obra, de carácter enciclopédico, que en cuatro gruesos volúmenes recoge gran abundancia de noticias genealógicas, históricas y culturales de al-Ándalus, desde los tiempos de la invasión hasta el momento en que se escribe, en torno a 1360. Incluye numerosas biografías de los principales poetas y prosistas granadinos de los siglos XIII y XIV. En el tomo I, página 500 y siguientes de la edición que de la Ihata hizo Abdallah Inán en 1973, en el Cairo, al-Jatib vuelve a hablar sobre nuestro paisano, acusándole ahora de plagiario por haber copiado en su libro, según él, fragmentos de una obra anterior de al-Isfahani. Este comentario lo han reproducido después, mecánicamente, numerosos tratadistas. Sin embargo, en esta acusación no faltaron, al parecer, los motivos personales, ya que se tuvieron mutua antipatía, aunque, anteriormente, como hemos visto, al-Jatib había elogiado varios de sus poemas.
    Al no estar traducido a nuestra lengua ninguno de los tres libros citados, no he podido leer, directamente, lo que al-Jatib dice de al-Balawi. En la biblioteca de Andalucía, de Granada, se guardan ejemplares de las ediciones en árabe del al-Katiba al kamina y de la Ihata, que he tenido en mis manos y he ojeado y hojeado, por el gusto de tocarlas, sin entender, claro está, nada de lo que allí ponía.
    Según mis noticias, en la actualidad (mayo 2012) existe el proyecto, que esperemos llegue a buen fin, de traducir la Ihata entre un equipo de expertos, que estarían coordinados desde la universidad de Granada... Se trata de una traducción extremadamente dificultosa debido a la enrevesada y personalísima manera de escribir de al-Jatib, que siempre ha planteado serios problemas a los traductores.  
   
    La segunda referencia importante que tengo registrada sobre nuestro autor es la que hace Ahmad al-Maqqari, notabilísimo historiador y filólogo magrebí del siglo XVII. Nació en Tremecén, en la actual Argelia, en 1578, y murió en el Cairo, en 1632. Desde pequeño recibió una cuidada educación, debido a la alta posición social de su familia. Durante muchos años vivió en Fez, donde llegó a ser imán en la famosa mezquita al- Qarawiniyya; y en Damasco, donde fue profesor en la madraza.
    En Fez recogió abundantísima documentación referente a la historia y la cultura de al-Ándalus en general, y de la Granada nazarí en particular. Utilizó textos hoy perdidos, y escuchó los testimonios orales de los descendientes directos de aquellos granadinos musulmanes que tuvieron que dejar su tierra.
    Este impresionante bagaje lo coleccionó y ordenó en un libro, editado en ocho volúmenes, fundamental para conocer la Historia y la cultura de al-Ándalus: el Nafh al tib, al que los modernos arabistas siguen acudiendo como fuente imprescindible de noticias sobre la España islámica. La segunda parte de esta obra es una amplísima biografía de al-Jatib, mientras que la primera abarca desde la descripción geográfica del país, la conquista por los árabes, el califato de Córdoba, los reinos de Taifas..., hasta la Reconquista cristiana y expulsión de los musulmanes, así como multitud de biografías de literatos, poetas y viajeros andalusíes y granadinos, con comentarios críticos. Entre ellos, al-Maqqari cita a al-Balawi, y en su reseña cuestiona o modera la acusación de plagio que sobre el cantoriano había lanzado al-Jatib.
    Una vez más, hemos de lamentar que el Nafh al tib, obra monumental e imprescindible, no esté traducido a nuestro idioma. Pascual de Gayangos, el famoso erudito y arabista del siglo XIX, se basó en este libro para escribir en inglés su célebre Historia de las dinastías mahometanas de España (1843), que en buena parte es una traducción, muy resumida, de la obra de al-Maqqari. El prestigioso arabista de la universidad de Leiden Reinhart Dozy, la editó por primera vez (en árabe, claro), con el título de Analectas sobre la historia y la literatura de los árabes de España (1861). Desde entonces, el libro del Maqqari es conocido, de forma abreviada, como las Analectas.
    La profesora Celia del Moral ha dedicado a este libro su tesis doctoral (1982), pero su estudio se ha centrado, exclusivamente, en los poetas nacidos en la ciudad de Granada…
   
    José Moreno Nieto (1825-1882). Natural de Siruela, Badajoz. Fue el primer catedrático de árabe de la universidad de Granada, desde 1847 a 1858. Después, llegaría a ser rector de la universidad Central, de Madrid, entre 1871 y 1874.
    En uno de los párrafos de su “Discurso de recepción ante la Real Academia de la Historia”, leído el 29 de mayo de 1864 y que versó sobre los Historiadores arábigo-andaluces, cita de pasada al escritor cantoriano: “Era general costumbre de los musulmanes del Magreb de hacer viajes al Oriente, ora por la peregrinación a la Meka, ora por asuntos de comercio, ya también para oír a los sabios famosos de aquel país. Algunos de estos viajeros consignaron en relaciones escritas las noticias que adquirieron y las observaciones que hicieron por sí mismos, siendo de gran utilidad para la historia y la geografía estos relatos escritos no pocas veces con estilo pintoresco y cierta agradable amenidad… En la época del reino granadino fueron aún más frecuentes estos trabajos. Así tenemos noticias del itinerario de Annuxerixi, que se conserva en el Escorial, del de Abu-Abdillah Alwadixi y del de Jalid Albalawi”…
   
    Francisco Codera y Zaidín (1836-1917), nacido en la provincia de Huesca, en Fonz. Fue un eminente erudito y arabista. Catedrático de griego en la universidad de Granada; de hebreo, en la de Zaragoza, y de árabe en la Central, de Madrid, donde sucedió en la cátedra al gran Pascual de Gayangos, de quien había sido discípulo. Comisionado por la Real Academia de la Historia, viajó a Marruecos, Argelia y Túnez, con el objetivo de reconocer, examinar y, en su caso, adquirir manuscritos hispanoarábigos conservados en bibliotecas públicas o privadas de aquellos países. Redactó numerosos informes y estudios al respecto. Su principal trabajo es la monumental Biblioteca arábigo-hispana, en diez volúmenes publicados entre 1882 y 1895.
    En el Boletín de la Real Academia de la Historia, tomo 23, de 1893, publicó Codera su artículo “Catálogo de los manuscritos de la Biblioteca departamental de Argel”. En él alude a nuestro Balawi en los siguientes términos: “…tampoco pude conocer, por no figurar en el inventario de Robert, otro libro de autor español que pudiera creerse importante: es la Relación de la peregrinación a la Meca en los años de 1336 a 1339, por Abu Albaque Jálid ben Iça ben Ahmed ben Ibrahim ben Abu Jálid el Balawi, natural de Cantoria, uno de los castillos del río Almanzora… De esta misma obra se conservan dos ejemplares en la biblioteca de Túnez, en la sección de viajes; pero como el autor es designado sólo por el patronímico, no sospeché que fuese español… El historiador de Fez, Aben Alkadhi, le dedica un largo artículo, citando muchas poesías suyas tomadas de notas autógrafas, que sin duda se conservaban en gran abundancia y es probable que se conserven aún en Fez, donde pudiera muy bien suceder que se encontrase el autógrafo de su viaje. Aben Alkadhi confiesa que no sabía la fecha de su muerte, pero hace constar por la fecha de una de sus composiciones, que Jálid el Balawi vivía en 1364”.
   
    Este Alkadhi, historiador de Fez al que alude Codera, es más conocido por la grafía al-Qadi. Se trata del escritor y matemático Ahmad ibn al-Qadi (1553-1616). Escribió dos libros en que colecciona numerosas y documentadas biografías de autores musulmanes. Me comunica el profesor Fernando Velázquez Basanta que ninguno de sus textos ha sido traducido a lengua occidental alguna, por lo cual, una vez más, no he podido consultar de forma directa el artículo que al-Qadi dedica al añadío, y en el que copia, al decir de Codera, muchos de sus poemas…
   
    Francisco Pons Boigues (1861-1899). De Carcagente (Valencia). De familia muy humilde. Estudió becado, debido a las extraordinarias dotes que mostró desde pequeño, que llamaron la atención de su maestro. Fue discípulo y amigo de Codera. Hizo una magnífica traducción de El filósofo autodidacto, de Ibn Tufayl, que sigue plenamente vigente. Su temprana muerte le impidió completar, y nos impide disfrutar de su Ensayo biobibliográfico sobre los médicos y naturalistas arábigo-españoles, que habría sido una joya.
    Sí pudo terminar y publicar en 1898 la obra por la que es conocido y reconocido entre los arabistas e interesados en el tema: Ensayo biobibliográfico sobre los historiadores y geógrafos arábigo-españoles. En la página 330 viene la entrada de El Balawi (escrito así), que resumo: “Nació en Cantoria, junto al río Almanzora; abandonó su patria, para emprender la peregrinación, en 18 safar del 736 (1335); viajó por el Norte de África, Tlemecén, Bugía, Argel y Túnez, en donde se embarcó  para Alejandría; por el Cairo llegó a Jerusalén, y por Medina a la Meca (…). En 1º de Dsul-Hicha del 740 (1339) llega a su patria. En su ciudad natal y en otros lugares desempeñó el cargo de cadhí; publicó en un estilo muy pretencioso y rebuscado la reseña de sus viajes”…
    Según Pons Boigues, en 1893 (fecha de la redacción de su ensayo, que se publicó cinco años después) existían manuscritos de la rihla de al-Balawi en las bibliotecas de París; en la de Gotha; en la Karawiyyina, de Fez; en la Aljama Zeituna, de Túnez; en la École des lettres, de Argel, y en la Biblioteca Real, de Berlín.


    6.- Referencias sobre al-Balawi en el siglo XX
   
    A comienzos del siglo XX el arabista británico William Wrigth tradujo y editó en inglés los Viajes de Ibn Jubayr, el famoso viajero andalusí del siglo XII, nacido en Játiva, según unos, o en Valencia, según otros. En el Prefacio dedica una página casi entera a nuestro cantoriano. Recoge la acusación de plagio que le hace al-Jatib, y añade leña al fuego al asegurar que también robó algunos párrafos de Jubayr. “El respetable cadí -escribe textualmente Wrigth- era muy poco respetable en cuanto a su literatura se refiere”… (Como veremos más adelante, esta acusación es absolutamente exagerada e injusta, y estudiosos posteriores han puesto las cosas en su sitio, haciéndole justicia a nuestro escritor).
    Considero que puede resultar curioso, para los amables lectores,  reproducir en inglés el comienzo del comentario que hizo este arabista en 1907, tal y como está escrito en la página 17 de su libro: “The qadhi Abu l baqa Khalid ibn Isá al-Balawi left his native city Qanturiya, now Cantoria, on the river Almanzora”…       
   
    Por no hacer demasiado extenso o prolijo este capítulo, cito de pasada a otros historiadores que, ya en el siglo XX, han escrito del Balawi: Ángel González Palencia y Benito Sánchez Alonso, quienes, a mi entender,  reproducen la reseña de Pons, resumiéndola, en sus respectivos libros Historia de la literatura arábigo-española e Historia de la historiografía española.  
   
    El padre Tapia Garrido, en su Almería hombre a hombre, página 32, asegura que “Mohamed Talbi lo tiene por un escritor de talento, maestro en la prosa de arte rimado, y considera que su rihla, de la que se conserva un ejemplar en la Biblioteca Nacional de Túnez, merece ser editada”…
   
    La arabista francesa Rachel Arié, una de los mayores expertos en la Granada nazarita, habla sobre nuestro autor en varios de sus trabajos, en los que suele hacerse eco de lo que escribe originariamente al-Jatib. Sin embargo, en una ocasión, en su pequeño ensayo titulado “Sobre la vida sociocultural en la frontera oriental nazarí”, afirma también que “el relato de viaje de al-Balawi es un documento literario de notable interés”…
   
    Igualmente, le dedican un párrafo en la página 28 del tomo VIII.3 -El reino nazarí de Granada- de la monumental Historia de España Menéndez Pidal.
   
    Entre los españoles, quien más ampliamente ha tratado y estudiado a al-Balawi es el profesor de la universidad de Almería Jorge Lirola Delgado. Es el autor de las extensas entradas que sobre él figuran tanto en la Enciclopedia de al-Ándalus, como en la espléndida Biblioteca de al-Ándalus, -que él mismo codirige junto al profesor Puerta Vílchez-, aunque el tomo en que figura Balawi no ha sido aún publicado. Según mis noticias, su aparición es inminente.
     En 1994 se edita su trabajo, expuesto tres años antes en el II Congreso de Historia de Andalucía, celebrado en Córdoba, “Travesías náuticas en la rihla del almeriense Jalid al-Balawi (siglo XIV)”. En ese largo artículo, básicamente sacado del propio texto del Balawi, se centra Lirola en las rutas marinas que siguió el añadío en su viaje hasta la Meca, las vicisitudes y contratiempos por que pasó, y su regreso a Cantoria, casi cinco años después. Y destaca “el valor documental que la obra presenta para conocer, por un lado, el ambiente cultural de la época, al biografiar a numerosos sabios con los que estudió, determinar qué obras y conocimientos aprendió con ellos y recoger gran cantidad de versos; y para estudiar las rutas que enlazaban los principales núcleos económicos y culturales, y la duración de los trayectos entre ellos, por otro”.
   
    Pero el comentario más extenso y completo sobre al-Balawi del que tengo noticia, es el estudio introductorio con que el marroquí Hassan Muhhamad al-Saih encabeza la edición árabe del libro del cantoriano, que, en dos volúmenes, se publicó en Rabat en los años ochenta. La edición va sin fecha, pero se editó no antes de 1979 ni después de 1991. En este trabajo al-Saih desmonta, con serios y definitivos argumentos, las acusaciones que al-Jatib y Wrigth hacen a al-Balawi, y reivindica la alta talla literaria del ribereño del Almanzora.  


    7.- Su vida y su viaje

    Según un breve artículo de Mari Carmen Jiménez Mata, publicado hace treinta años en la revista Andalucía Islámica, la familia al-Balawi tiene su origen en una tribu árabe del Yemen. Debieron llegar muy pronto a España, tras la invasión musulmana de la Península, y en un primer momento se asentaron en el valle de los Pedroches, al norte de Córdoba. Desde allí, lentamente, se fueron extendiendo hacia el Este. Se tienen noticias documentadas de dos balawis de los siglos XII-XIII, padre e hijo, ambos maestros coránicos, y ambos naturales de Labassa (La Peza, Granada).
    Por su parte, Pons Boigues, en su citado Ensayo…, recoge, además de a nuestro añadío, a otros dos balawis de los que se tienen escasas noticias: Ahmad ben Alí el Balawi, natural de Guadix, autor de un libro titulado Vestigios de testimonios o autoridades, que se conserva en un códice del Escorial; y un tal Ahmed ben Mohamed el Balawi…
    A finales del siglo XIII y durante el XIV, este apellido aparece ya arraigado en el valle del Almanzora, y se documenta en varias personas de la zona: “algunos son tan conocidos -escribe la profesora Jiménez Mata- como Jalid ben Isá al-Balawi, de Qanturiya, que vivió en la primera mitad del siglo XIV”…
    En efecto: Abu Baqa Jalid ben Isá ben Ahmad ben Ibrahim ben Ahmad ben Ali ben Abu Jalid al-Balawi nació en Cantoria muy probablemente en 1313, o en algún año anterior pero próximo a ése. He leído en un trabajo de Rachel Arié que cuando Jalid se embarcó en Almería para realizar su peregrinación a la Meca, en octubre de 1335, tenía veintitrés años. Por tanto, podría haber nacido también en 1312, aunque la señora Arié no argumenta su afirmación, al menos en el texto de ella que yo conozco.
    Por su parte, Jorge Lirola, en la Enciclopedia de al-Ándalus, defiende que pudo nacer dos o tres años antes de esa fecha, porque el propio Balawi asegura en su libro que en 1323 estaba estudiando en Málaga con uno de los sabios coránicos de aquella ciudad…
    Jalid procedía de una familia cantoriana de muy buena posición. Su padre fue cadí (juez), predicador y persona de gran prestigio en nuestro pueblo. El futuro literato inició los estudios con su progenitor, en Cantoria, y los continuó, como hemos visto, en Málaga y, después, en Granada, Almería y Fez. “En Granada recibió una sólida cultura literaria y jurídica” (R.Arié).
    El día 7 de octubre de 1335, sábado, reinando Yusuf I, antes que las primeras luces del alba alumbraran el peñón del Lugar Viejo, donde entonces se asentaba Cantoria, Jalid al-Balawi se puso en camino hacia Almería para iniciar su peregrinación hasta la Meca, la cual conocemos muy bien gracias al libro que escribió, donde anota curiosísimos detalles de su periplo.
    A finales de diciembre embarca en la capital indaliana con rumbo al puerto de Hunayn. Según leemos en el citado artículo de Lirola, “Travesías náuticas…”, ese puerto está ahora cegado, pero en aquel tiempo era la salida al mar de la gran ciudad interior de Tremecén, en la actual Argelia.
    Recorre el norte de África, pasando, entre otras, por las ciudades de Argel y Constantina hasta llegar a Túnez. Allí se detuvo durante siete meses, que empleó en estudiar con los ulemas tunecinos, y, luego, embarcó hacia Alejandría en una gran nave de tres plantas, donde viajaban más de mil personas y en la que estuvieron a punto de naufragar.
    En Alejandría le esperaba su hermano Muhammad, que regresaba a Cantoria tras haber realizado ya su peregrinación a la Meca. Había salido del pueblo dos años antes. Sin embargo, Muhammad cambia de planes y de rumbo, y decide acompañar a Jalid hasta Jerusalén, donde le esperaría mientras el futuro literato completaba su ruta hasta la Meca. Después de ello, los dos hermanos, planean, regresarían juntos a Cantoria.
    Así pues, ambos se dirigen al Cairo. Allí, Balawi visita el mausoleo de al Sayyida Nafisa, construido entre los siglos XI y XII, que contenía los restos de una de las santas más veneradas de Egipto: Nafisa al-Hassan, que vivió en el siglo IX. En su libro nos dejará una brillante descripción de este lugar sagrado para los musulmanes, y de un alto valor documental, puesto que el mausoleo que describe al-Balawi ya no existe porque fue sustituido por otros posteriores: la actual mezquita cairota de Nafisa, aunque emplazada en el mismo lugar, data de finales del siglo XIX.
    En un artículo publicado en la revista Arabica (1976), Yusuf Ragib señala la gran calidad de esta descripción y defiende que su autor debiera ser bastante más valorado por los críticos… Así describe Balawi el citado monumento (agradezco a Carmen María López Chirveches su ayuda en la traducción del texto desde el idioma francés, en que lo reproduce Ragib): 
   
    “En el interior del Cairo he visitado el mausoleo monumental de al-Sayyida Nafisa, que Alá la haya acogido. He visto un oratorio de una suntuosa decoración y de una suprema belleza. El oro y las artes más variadas se encuentran allí en cantidad infinita, ensambladas en un orden peculiar. Se llega después de franquear tres puertas de reluciente esplendor. Entre puerta y puerta se extiende un gran patio por donde corren aguas abundantes y limpias.
    Hacia el sur del oratorio hay una puerta de hierro, decorada, y encima una dorada inscripción: ‘Éste es el mausoleo de al-Sayyida Nafisa ben Husayn ben Zayd ben Husayn ben Ali ben Ali Talib, que Alá los haya acogido’. El interior de este oratorio contiene otro cuyo tamaño es más reducido, la belleza más consumada, la terminación y la factura más acabadas.
    Al sur, una magnífica puerta da paso a una maravillosa cúpula rebosante de oro y de belleza resplandeciente. El espíritu se relaja y la imaginación se turba al recrearla y representarla. Unas claraboyas dejan que penetre la luz en sus galerías cubiertas, donde no se distingue la mañana de la tarde. Esta cúpula abriga la sepultura bendita. Alrededor de ella se contempla una magnífica marquetería de mármol, cuyo trabajo es original, cincelada espléndidamente en forma de entrelazos que semejan un bosque de áloe; estrellas de plata y oro, lámparas de oro fino y puro, pinturas con extraordinarios recamados y brocados, anchurosas columnas, blancas como cera, de una factura admirable, que reposan sobre pedestales de oro y de plata.
    Estos tesoros atraen las miradas por su encanto y su belleza. Los espíritus observadores se sienten turbados bajo la nube de riqueza que se extiende sobre el noble mausoleo”…
   
    Como vemos, es de notable calidad la descripción que hace nuestro paisano de este monumento sagrado del Cairo.
    Desde la ciudad de las Pirámides los dos hermanos cruzan Gaza y Hebrón, y llegan a Jerusalén donde permanecen un tiempo. En la ciudad sagrada, Jalid copia algunas inscripciones de las que figuraban en las mezquitas, y que luego reproducirá en su libro. Varias de esas inscripciones de Jerusalén se han perdido con el paso del tiempo, y sólo se conocen actualmente gracias a que nuestro Balawi tuvo el cuidado de recogerlas, lo que constituye un valiosísimo documento.
    Según A.S. Tritton, las dos copias del viajero cantoriano que hoy día aún pueden confrontarse con las originales, por haberse conservado hasta nuestro tiempo en las cúpulas de las mezquitas de la Roca y en la de Saladino, son absolutamente fieles. Por tanto, afirma este experto, las demás tienen que serlo también. Ello le otorga un gran valor documental al texto de nuestro paisano, ya que, gracias a él, podemos conocer lo que decían aquellas inscripciones hoy perdidas.
    Desde Jerusalén, mientras su hermano le esperaba allí, el añadío se dirigió a Medina, cruzando el desierto de la península Arábiga. En su rihla anota, entre otras, la distancia que había desde la ciudad de Tabuk hasta la de Al-Ula, de esta manera tan peculiar y, bajo mi punto de vista, tan preciosa: escribe que ambas ciudades están “a seis días de la fatiga, y del miedo a los bandidos y a la pérdida, a causa de la sed”…
    Por fin llega a Medina. Al pisar la tierra santa de los mahometanos, donde está enterrado el profeta Mahoma, al-Balawi, emocionado, escribió este poema que traduce Abdallah Hammadi en su tesis doctoral (1980), no editada, “La poesía en el reino nazarí de Granada”:

         “¡Ensalzado sea Alá, load su grandeza!
        He aquí a nuestro Profeta, ésta es su morada.
        Apareció ante nosotros el paisaje de Yatrib y sus maravillas,
        lugar de descanso del Mensajero, su hogar, su estancia.
        Éstas son las palmeras de Tiba,
        y Mahoma, lo mejor de toda la humanidad.
        Estoy próximo a él.
        Esto es el oratorio de al-Baqi,
        Aquí está la estancia del Amigo
        y éstas son sus huellas.
        Aquí ha dejado sus recuerdos.
        Ésta es su celeste morada,
        en la que Gabriel entonó sus cánticos espirituales”.

    Desde Medina se dirige a la Meca, donde entra, por fin, el 5 de julio de 1337. Realiza los rituales propios de su religión, y vuelve a Jerusalén, donde se reúne con su hermano, que allí le esperaba, como hemos visto, para emprender el regreso a Cantoria, que resultaría más accidentado y largo en el tiempo de lo previsto… Tras innúmeras peripecias, idas y venidas, logran llegar a Hunayn, puerto en el que embarcan con destino a Almería. Era ya la primavera de 1340. Durante esa última travesía una tormenta desvió la nave y tuvieron que desembarcar cerca de Mojácar; allí pasaron la noche. A la mañana siguiente emprendieron el camino hasta Cantoria, adonde llegaron esa misma tarde: la tarde del lunes 29 de mayo de 1340. El periplo de Jalid al-Balawi había durado casi cinco años.
    Al poco de regresar a su ciudad natal, comenzó a escribir el libro por el que pasará a la posteridad, ordenando y completando la infinidad de notas y textos que durante su viaje había tomado y recogido.


    8.- Al-Balawi, cadí de Cantoria y de Purchena

    Poco tiempo después nuestro protagonista ocuparía el cargo de cadí (juez) en su ciudad de nacimiento, y, más tarde, en Purchena.
    En las localidades de la Granada nazarita el cargo de cadí era muy relevante. Los nombraba, directamente, el sultán; procedían, casi siempre, de la élite local, y el nombramiento les revestía de un alto prestigio y les otorgaba un notable poder. Eran la autoridad judicial y dirigían las oraciones diarias y la predicación de los viernes en las mezquitas. Su función judicial, por tanto, era inseparable de su carácter religioso, pues, como sabemos, en el mundo musulmán la religión aparece por completo imbricada en las leyes y, en general, en toda la vida social, política o judicial. De hecho, las audiencias o juicios que celebraba el cadí, tenían lugar en el interior de las mezquitas… Todo esto convertía a los cadíes en personas muy influyentes dentro de sus poblaciones.
    Su indumentaria era peculiar: se cubrían con turbante; rodeaban sus hombros con un ancho velo de color blanco llamado taylasán, y sobre su cuerpo lucían una larga túnica con las mangas anchas y de vivos colores (rojo, verde…). Isabel Calero Secall ha dedicado su tesis doctoral al estudio del cadiazgo.
    En 1347 al-Balawi era el cadí de Cantoria. Ese año, como quedó dicho en el apartado 5 de este artículo, pasó por nuestro pueblo el rey Yusuf I, acompañado de su séquito, en el que figuraba el famoso polígrafo al-Jatib. Ya hemos hablado de la enemistad que existía entre ellos. El lojeño cuenta, en tono burlesco, que el cadí al-Balawi los recibió con un enorme turbante que alargaba y dejaba caer por uno de los lados hasta taparle la parte inferior del rostro, y también lucía sobre los hombros un exagerado taylasán blanco. Presumía, con afectación, de cultura literaria e imitaba con ampulosidad las formas y el lenguaje de los orientales. Además -incide en el retrato satírico que hace de él-, se presentó ante el sultán y su séquito con la barba coloreada por habérsela teñido con alheña y cártamo…
    Ya al caer la tarde, el cadí intenta congratularse con al-Jatib ofreciéndole una gallina. Y éste cuenta que cuando le trajeron el ave, la cual habían mandado bajar desde el castillo, algunos cantorianos la celebraban diciendo: “su madre es la pechiní”; y otros añadían: “su hermano es el capón que se envió a la capital”… Había quien se acercaba hasta el lugar donde permanecía atada la gallina para mendigar una parte, hasta que al-Jatib, enfadado, les espetó: “¡Hijos de puta! Si en su lugar hubieseis traído un halcón, ¿con qué parte habría yo de pagaros?” (Hoenerbach y Bosch Vilá).
    Bien. Para comprender el tono notablemente satírico que el lojeño emplea al relatar lo que sucedió en Cantoria y la imagen cercana a lo grotesco con que retrata a Balawi, no podemos olvidar, insisto, en la manifiesta enemistad que mutuamente se profesaban y que ha señalado Abdallah al-Imrani.
    Jalid al-Balawi sobrevivió a la terrible peste de 1347-53. Tras ejercer como cadí en Cantoria durante muchos años, ocupó el mismo cargo en Purchena. Como vimos más arriba, por el comentario que recoge Codera, al-Balawi vivía aún en 1364, porque al-Qadi asegura, en uno de sus libros escrito a finales del siglo XVI, que había tenido en sus manos un poema de su puño y letra, datado aquel año.
    En Purchena hizo varias reproducciones de su rihla, y la última fecha de su vida que nos consta es la de 1369, ya que ese año completó, en la localidad vecina, la última de sus copias, según afirma De Slane en la descripción del Manuscrito Árabe nº 2286 de la Biblioteca Nacional de París, y que recoge el profesor Van Koningsveld en su comentario del que después, ya para terminar este largo artículo, hablaré.


    9.- Su libro

    Como hemos venido señalando, y por tanto el paciente lector ya conoce, el libro que inmortalizaría a nuestro paisano es una rihla o relato del viaje de peregrinación.
    La rihla, dentro del género de los libros de viajes, tiene unas características peculiares. Es creación típica de los musulmanes andalusíes, algunos de los cuales, a partir del siglo XII, comenzaron a recoger por escrito las peripecias, vicisitudes, aprendizajes religiosos adquiridos, monumentos visitados, etc., en su ruta de peregrinación hasta la Meca; peregrinación que, como sabemos, es uno de los cinco preceptos básicos que debe cumplir todo buen mahometano.
    Las dos obras cumbres de esta modalidad son las tituladas A través del Oriente, del valenciano del siglo XII Ibn Yubayr, auténtico iniciador del género; y A través del Islam, el celebérrimo libro de viajes del tangerino del siglo XIV Ibn Battuta. Ambos están traducidos al español y editados por Alianza editorial.
    Jalid al-Balawi, como hemos visto, escribió su libro, al menos buena parte de él, en Cantoria, en el peñón del Lugar Viejo, a partir de 1340, fecha del regreso de su viaje. Él mismo hizo varias copias de su texto, la última de ellas, que conozcamos, en Purchena, en 1369, como queda recogido en el punto 8.
    Tituló su obra: Taj al mafriq fi tahliyat ulam al-Masriq. La arabista Rachel Arié traduce este título como: Diadema para adornar la cabeza de los sabios de Oriente…; Jorge Lirola como: La gran corona, que trata de la ponderación de los ulemas de Oriente…; Pons Boigues recoge el título en latín que figura en uno de los manuscritos que se conservan: Corona verticis de describendis viris ilustribus…
    A lo largo de este artículo he venido apuntando las principales bibliotecas donde se encuentran manuscritos del texto: París, Berlín, Gotha, Árgel, Túnez, Fez... Sin embargo, aunque conocido y comentado por numerosos estudiosos desde hacía siglos, no había sido editado en libro hasta hace unos treinta años.
    En los ochenta del siglo XX se publicó, por fin, en Marruecos, en árabe, en dos volúmenes, en edición de Hassan al-Saih, quien hace un excelente y amplio estudio introductorio. Al-Saih refuta en él las acusaciones de plagio que sobre el libro de nuestro paisano lanzó al-Jatib, así como las de Wrigth referentes a que había robado parte de las descripciones de Ibn Yubayr. Demuestra y deja claro, de una vez por todas, la falsedad de aquellas acusaciones que, después, han venido repitiendo, sin someterlas a la más mínima crítica, numerosos comentaristas y recopiladores.
    En su excelente libro de viajes, al-Balawi anota con minuciosidad multitud de valiosísimos datos que nos dan a conocer, con detalle, muchos aspectos de la vida cotidiana a mediados del siglo XIV: las rutas, tanto terrestres como marítimas, que seguían los viajeros y los peregrinos; el tiempo que se empleaba en los trayectos; los tipos de embarcaciones y su tamaño; descripciones de monumentos: entre otros, describe las Pirámides de Egipto, tal y como él las vio en 1337; registro de inscripciones religiosas que figuraban en las mezquitas y otros lugares sagrados; los ulemas (sabios coránicos) que conoció, las enseñanzas que de ellos tomó y los poemas que le dictaron; los poemas compuestos por el propio Jalid, etc., etc.
    Todo esto hace de la rihla de nuestro añadío un excelente libro, digno de ser traducido y editado en español, y lamentamos profundamente y nos resulta increíble que aún nadie haya emprendido la tarea de su publicación en nuestro idioma. Parece mentira que se haya editado en Marruecos, en árabe, y no dispongamos en España de una publicación en lengua española.
    En la biblioteca de Andalucía, en Granada, se guarda un ejemplar de la edición árabe citada, con la referencia: 7 B 338. Lo he tenido en mis manos, y he pasado mis dedos por sus páginas, apenado por no entender nada de lo que sus líneas dicen… 


    y 10.- Un manuscrito subastado

    La universidad de Leiden, en Holanda, ya desde antes del siglo XIX, es uno de los más prestigiosos centros de buenos arabistas de todo Occidente… El profesor de Estudios Islámicos de esa universidad, P.S. van Koningsveld, nacido en 1943, logró reunir una excelente colección privada de manuscritos árabes, que fue comprando en subastas públicas o adquiriendo a vendedores de libros viejos, europeos y magrebíes.
    El 18 de noviembre del 2008, este profesor puso a la venta, mediante subasta, parte de su colección. Uno de los manuscritos subastados contiene la rihla de al-Balawi, en una copia que se hizo en 1637. Es un legajo de ciento seis folios que fue vendido en dos mil euros (trescientas treinta y dos mil pesetas).
    El propio profesor Van Koningsveld se encargó de redactar la descripción y comentarios alusivos a los documentos. El que hace sobre el manuscrito del cantoriano, además de señalar las características del legajo, resulta una buena y breve síntesis de lo que sobre él sabemos. (Agradezco a Natja Baumstein la ayuda prestada en la traducción del texto del profesor de Leiden, que en el original está en inglés, con algún párrafo en alemán). Reseña, entre otras cosas, lo siguiente:
   
    “Relación de viaje desde al-Ándalus a través de los países del norte de África y vía Jerusalén a Medina y la Meca, por Khalid ben Isá al Baqa Abu al-Balawi, juez en Cantoria, quien vivió entre 1336 (por evidente errata) y 1369, titulado Tal ak mafriq fi tahliyat ulama al-Masriq. Manuscrito de 106 folios, de fecha 10 de ramadán de 1637, y copiado por un tal Muhammad al-Ishaqi…
    El manuscrito tiene una pequeña miniatura de la tumba de Mahoma y de sus dos sucesores, Abu Bakr y Omar, en Medina, en el folio 47 a. Esta miniatura no se encuentra, sino muy raramente, en los demás manuscritos de al-Balawi.
    El autor salió el 7 de octubre de 1335 y regresó a su ciudad natal el 29 de mayo de 1340. Saliendo de Cantoria viajó vía Hunayn, Tremecén, Bugía, Constantina, Bona, Túnez, Malta, Alejandría, el Cairo, Gaza, Hebrón, Jerusalén, Al-Karak, Tabuk, Al-Ula, Bir al-Naqa, Hadiya, Medina, Yamba, Aqabah, Hebrón, Jerusalén, Ramlah, Askalon, Gaza, el Cairo, Alejandría, Túnez, Baja, Bonah, Constantina, Bujía, Argel, Tremecén y Hunayn, retornando finalmente a Cantoria.
    Como se indica en el manuscrito de Berlín, la obra había sido dedicada a Nasir al-Din Yusuf (Yusuf I), soberano del reino de Granada entre 1333-1354…
    Se trata de un cuaderno de viaje literario (distinto a los cuadernos de viaje geográficos), donde el autor habla de sí mismo y de lo que le rodea, especialmente de las ciudades y sociedades que visita”…
   
    Bien. Después, el profesor Van Koningsveld señala las acusaciones de Wrigth (que ya conocemos), pero les contrapone la afirmación que hace Ahlwardt en la descripción del manuscrito del cantoriano que se encuentra en Berlín: “Su texto es ciertamente interesante, como también las menciones que hace de los sabios (ulemas)”…
    Luego, el profesor de Leiden dedica un amplio párrafo al estudio introductorio que del Taj al mafriq hace al-Saih, donde rechaza las acusaciones de plagio, y reproduce las líneas siguientes: “La verdadera fuente del viaje de al-Balawi es su experiencia personal y su observación de los santuarios y antigüedades, así como su directo contacto con los sabios. Al-Balawi no se basa en otras descripciones de viajeros que le precedieron, sino que se basó en observaciones personales”…
    Finalmente, nos da la información, tomada de Ahlwardt, de que un nieto de al-Balawi, llamado Khalid ibn Ahmad ibn Khalid, hizo una copia y un comentario a la obra de su abuelo en el año 1416. Curiosamente, esa misma información la contiene el manuscrito del cantoriano que se conserva en la biblioteca Qarawiyyina, de Fez, según nos dice al-Saih.
    Sobre el nieto de al-Balawi apenas tengo información. Desconozco si nació también en Cantoria, o alguna otra circunstancia de su vida. En dos ocasiones escribí al profesor Lirola Delgado, solicitándole información sobre él, si la tenía, o alguna referencia documental o bibliográfica que pudiera facilitarme. En ambos casos obtuve como respuesta un amable silencio…
    No así el profesor de la universidad de Cádiz Fernando Velázquez Basanta, quien de inmediato me contestó con toda amabilidad y diligencia, informándome que en uno de los tomos de la Biblioteca de Al-Ándalus, que aún no ha visto la luz, pero de publicación inminente, él mismo firma la entrada sobre el nieto del Balawi, y allí podremos leer buena parte de lo que se conoce sobre este personaje.
    Esperamos, impacientes, la salida de tal tomo…


                                                                             Juan Chirveches

      Publicado en la revista de Cantoria Piedra Yllora, nº 7. Agosto - 2012