Por Juan Chirveches
Podríamos denominar como “lenguaje bisoñé”
a todo uso forzado, retorcido y absurdo del idioma, que hunde su origen en el
intento de manipular y adiestrar ideológicamente, desde la política, a la
población, y que tiene como consecuencia el desarrollo de fórmulas de lenguaje
-orales o escritas- postizas, artificiosas y absolutamente ridículas.
Fórmulas provocantes a risa que, de hecho,
son el hazmerreír y chiste de la mayoría de la gente, pero que sus inventores
usan con toda seriedad y contumacia, ignorantes de que un Moliére redivivo se
inspiraría en ellos y ellas para escribir una hilarante comedia que titularía,
con toda propiedad, “Las nuevas preciosas ridículas y los nuevos preciosos
ridículos”.
Pero a los impulsores del lenguaje bisoñé
esto les da igual. Y además, les da lo mismo. Hacen caso omiso a las ya
numerosas y argumentadas advertencias y aconsejamientos de la Real Academia de la Lengua, y de los escritores
más conspicuos, en contra de sus postulados verbales. Ellos a lo suyo. Y ni
parecen ser conscientes de las miles de carcajadas que provoca entre la afición
su lenguaje de peluquín.
Aunque el lenguaje bisoñé no sólo se genera o impulsa desde el mundo de
la política. En realidad, a toda palabra, frase, párrafo, fórmula expresiva o
denominación que suponga forzamiento prescindible e innecesario del idioma, en
cualquier ámbito (deportivo, sanitario, cultural, social...), se le puede
llamar así. Y ello tiene, claro está, una connotación de irónico rechazo.
Veamos. Caen en lenguaje bisoñé aquellos
que, ¡todavía!, se empeñan en decir o escribir eso tan cargante y pesado de
“los andaluces y las andaluzas”, “los alumnos y las alumnas”, “los granadinos y
las granadinas”…, ignorantes, al parecer, de que existe el genérico inclusivo,
que engloba a todos. O sea: a todos. Incluidas e incluidos las y los que tan
chirriante fórmula usan.
En un periódico leía, no hace mucho, un
artículo de opinión de cierta política lenguabisoñista, que contenía, escrita
con toda seriedad, la siguiente parrafada: “la presidenta del Parlamento
Andaluz propuso que los diputados y diputadas que por razón de maternidad o
paternidad no pudieran asistir a los debates del pleno pudieran delegar el voto
en otro diputado o diputada”…
Para
empezar, y al margen de la estrafalario del texto, no debe decirse “la
presidenta” -a pesar de que últimamente se oye y se lee por todos lados-, sino
“la presidente”, que, por cierto, no termina en o, (¡lo cual sería
intolerablemente machista!), sino en e, que es, por decirlo así para
entendernos, una vocal de género neutro. Se dice, pues, la presidente, del
mismo modo y manera que se dice la caminante, y no, la caminanta; o la amante,
y no, la amanta… El resto del párrafo citado, destilado ejemplo de lenguaje
bisoñé, se comenta por sí solo, con su pesada carga de innecesarias
reiteraciones.
Desde los boletines oficiales de determinadas
regiones; desde las circulares, oficios y misivas de determinados
ayuntamientos, diputaciones y organismos varios; desde determinados programas
de televisión; desde las columnas de determinados periodistas y
pseudoescritores, nos salta y asalta, nos agrede e irrita el lenguaje bisoñé, y
nos pone de los nervios.
Alguien debiera recoger en libro una antología que
reuniera las más acabadas perlas del lenguabisoñismo. Volumen que, con su
desternillante batería de “miembras”, “jóvenas”, “pretendientas”, “almerienses
y almeriensas”… o “militantas”, como defendió cierto político lenguabisoñista
en una reciente convención de su partido, celebrada en Málaga, auguro o intuyo
sería uno de los mejores y más desopilantes libros de humor editado en mucho tiempo…
Caen también en este feo vicio, quienes, al
margen de toda sensatez o sentido común, se empeñan, ¡aún!, en colocar el signo
de la arroba informática, @, para unificar así, según su particular y
caprichoso criterio, los géneros masculino y femenino de las palabras: los
niños y las niñas quedarían fusionados y fundidos en un solo, ambiguo y
misterioso género, que únicamente existe en su calenturienta imaginación: l@s
niñ@s.
Tiempo atrás dicha insensatez tuvo sus
partidarios, que nos sulfuraban con sus tontunas desde toda clase de escritos.
Menos mal que, casi todos, abandonaron tan detestable práctica cuando, al fin,
se dieron cuenta de que, más bien, estaban haciendo el ridículo.
El noble y justo intento de erradicar de
nuestra sociedad las ideas y actitudes machistas, y de fomentar la igualdad
sexual, no puede derivar en estas prácticas tan extravagantes, cuyo efecto real,
a la postre, es el contrario del que se pretende. Porque la gente se da cuenta
de lo forzado, de lo estúpido de esos planteamientos, y, entonces, muchos, se
reafirman y abundan en los prejuicios que ya tienen grabados a fuego en su interior.
Porque con esas tontadas se les está dando pábulo a lo que ya algunos,
erróneamente, creen saber: “son más tontas que Abundio”.
Una
señora ministra, por ejemplo, que caiga en alguna ridiculez lenguabisoñista, lo
que hace es un daño enorme a la idea que pretende defender. Se convierte en un
permanente hazmerreír y, a la postre, perjudica sustancialmente a su propio
empeño.
Ténganlo en cuenta, si a bien lo tienen,
los señores y las señoras usadores del tan postizo como estrambótico lenguaje
bisoñé: el machismo se desactiva, y la igualdad sexual se fomenta, como todo,
con la concienciación, con la educación, con el respeto, con la actitud y con
el ejemplo. Y no con ese amplio arsenal de forzamientos y boberías lingüísticas
que más arriba queda dicho.
J.
Ch.
Publicado en el diario Ideal. Granada, 8
de junio - 2012