Por Juan Chirveches
La cuesta de los Chinos es la más hermosa
rampa de la ciudad de Granada. Nos sube desde el Paseo de los Tristes hasta el
corazón de la Alhambra,
y es ruta de silencio, de paz y de sosiego.
Cruzamos la puente abisal sobre un Darro
fresquísimo y sonoro, y ascendemos por un camino empedrado de cantos,
flanqueado de tapias y techado de cielo y hojas de álamos.
Hacia adentro, justo donde la cuesta se
quiebra en zigzag, nos giramos para contemplar el más bello encuadre del
Albaicín, que resplandece de blancos como si, de pronto, se hubiera hecho real
un cuadro de Moscoso.
Su lado izquierdo es una pared natural: una
cárcava donde brotan pitas y jaramagos. Por su lado derecho desciende una
acequia despeñada en pequeñas cataratas: un reguero que captura y arrastra
hojas secas que adornan las márgenes, como si fueran alfombras que extendió
noviembre.
Vamos pasando bajo las torres de la Alhambra que asoman, a
veces, tras un pequeño bosque; a veces, al lado mismo del camino como
centinelas de la Historia. Torre
de las Damas. Torre de los Picos; jacarandas, prunos, acebuches, higueras locas.
Torre del Candil; la acequia es ahora plata derretida y va entre ribazos de
musgo, como una acequia de belén navideño, hogareño y risueño. Torre de la Cautiva, donde cuenta la
leyenda que vivió doña Isabel de Solís, la renegada, la favorita del rey Muley
Hacén; álamos y chopos, falsas pimientas, sauces. Sobrias torres, y desnudas,
que son joyeles donde se guardan finísimas gemas de yesería, estuquería y
tracería árabes. Torre de las Infantas, desde cuya ventana se descolgaron, en
busca del amor, resbalando por sus muros, Zaida y Zoraida, y no se atrevió Zorahaida,
que luego murió de pena. Torre del Cabo de la Carrera, destruida por la
canalla francesa cuando 1812.
Cercana al centro de la ciudad, poco
transitada, la cuesta de los Chinos es una venganza de calma y de silencio
contra el tráfago y el ruido loco de la población.
Es la cuesta de los tres nombres, ya que se
la conoce, también, como cuesta del Rey Chico y como cuesta de los Muertos. Del
Rey Chico porque se dice que por ella bajó Boadbil, para refugiarse en el
Albaicín, tras una revuelta palaciega. De los Muertos porque, durante mucho
tiempo, los difuntos eran subidos por allí hasta el cementerio, en su último
viaje, rodeados de belleza, aunque ellos no estuvieran ya para muchas contemplaciones…
Sin embargo, nadie conoce el origen de su
otro nombre, el más popular y de más uso: “cuesta de los Chinos”. Conjeturan
unos cuantos eruditos que se debe a los chinorros que abundaban en el suelo,
pero eso no deja de ser una suposición sin fundamento alguno…
Muchas tardes Sonia y yo atacábamos las
rampas del Albaicín; tomábamos fuerzas y café en Casa Pasteles, y nos
dirigíamos al pequeño carmen propiedad del poeta don Eliseo Fortún.
El cual nos recibía con su amplia sonrisa
de antiguo donjuán, sus educados ademanes de viejo conquistador, y su cabello
ceniciento echado hacia atrás hasta la nuca, donde se le agitaba en pequeñas
ondas grises como si fuera el tranquilo oleaje de una playa nublada.
Miraba con descaro la cintura de Sonia y
nos hacía pasar al salón, donde se ponía a contarnos alguna vieja anécdota,
algún relato porvenirista o alguna historia de la Historia.
Un día salió a colación lo de la cuesta de
los Chinos. Yo comenté que ni don Julio Belza, que es quien más sabe sobre los
nombres de las calles de Granada, conocía el origen. “¡Ah, mi buen amigo Julio
Belza! (exclamó don Eliseo): si me hubiera preguntado no habría dejado en la
duda a los lectores de su ameno e interesante libro”.
Y, mirando de vez en cuando, y de reojo,
las rodillas de Sonia, nos contó lo que sigue.
En 1792, con motivo del tercer centenario
de la conquista de Granada, las autoridades de la época organizaron sonados
festejos en la ciudad. El 2 de enero por la mañana, ante las puertas de la Alhambra, se iba a
representar una recreación de la entrega de las llaves de la fortaleza a los
cristianos. Muchos granadinos se disfrazaron a la vieja usanza española, y
muchos otros a la usanza mora. Desde toda la ciudad y desde los pueblos de los alrededores
acudió mucha gente para ver la función.
Entre ella vino una familia con un
mozalbete de hasta ocho años de edad. Los miembros de esta familia se
dirigieron a la Alhambra
subiendo por la cuesta de que hablamos. Cuando llegaban a la mitad, se vieron
rebasados por un tropel de hombres vestidos de árabes que, a caballo, subían
también por allí para integrarse en la ceremonia.
Lucían chilabas de seda, turbantes, dagas
de orejas, alfanjes en cuyos pomos relucían piedras de colores, ballestas,
alandas y cinturones con escarcela.
Al verlos, el mozalbete, que nunca había
visto un moro ni en pintura, pero que sí tenía en su casa un libro con dibujos
que representaban a las hordas de Gengis Khan aplastando chinos, exclamó
emocionado: “¡mira papá, cuántos chinos!”
Lo cual fue oído por varios de los que
hacían de árabes, quienes, al llegar junto a los demás figurantes, muertos de
risa, contaron la frase del niño. La gracieta se extendió y comentó por toda
Granada, y de ahí que la cuesta, desde ese día, se quedara con el nombre de Cuesta
de los Chinos.
De manera que, nada de “chinorros” en el
suelo ni otras tonterías que suelen aseverar los despistados. El nombre de la
más bonita cuesta de Granada, y quizá de España, se debe a ese niño, y no a otra
cosa.
Y luego nos decía don Eliseo: “a mí me lo
contó Gómez Lorenzo, historiador del cielo, sabio de muchos saberes. Y ya
sabéis vosotros que cuando Gómez Lorenzo asegura algo, nadie hay capaz de
rebatírselo”.
J.
Ch.
Publicado en Ideal.
Granada, 9 de agosto - 2009