martes, 5 de junio de 2012

CAÑONCITO ¡PUM!



                                                                     Por Juan Chirveches


    A Puskas, uno de los mejores futbolistas de todos los tiempos, cuando llegó al Real Madrid en 1958, comenzaron a llamarle “Cañoncito ¡Pum!”, porque, en lugar de pierna izquierda, tenía una artillería pesada con la que disparaba metralla de cuero hacia la puerta de los rivales.
    También le llamaban Pancho y Panchito.
    Nunca hubo un goleador como Puskas, tan numeroso y tan contundente. Cuando cazaba un balón en las inmediaciones del área, no se andaba con florituras ni con dudas ni con tonterías: cargaba el misil de su zurda, tensaba la pantorrilla y disparaba un cañonazo que entraba como un obús en la portería rival, defendida por un guardameta boquiabierto y petrificado.
    Entre los niños de la época era fama que, una vez, en Hungría, Ferenc Puskas había roto de un zambombazo las redes de una meta. Porque Puskas es húngaro. Durante muchas temporadas jugó en el Honved de Budapest que, a mediados del siglo XX, antes de que lo reemplazara el Real Madrid, fue el mejor equipo del mundo.
    Los húngaros, a finales de los años cuarenta, habían revolucionado la estrategia futbolística con una innovación táctica que les hizo invencibles durante mucho tiempo: la WW o “doble punta de lanza”. Consistió, básicamente, en que los extremos avanzaran desde posiciones más retrasadas, al tiempo que los interiores se adelantaban y entraban en el área como flechas, en línea recta. Lo cual provocaba un tremendo desconcierto en la defensa rival -que en la época estaba formada por solamente tres jugadores- constantemente rebasada por la tromba de atacantes que ahora se les venía encima.
    Con ese esquema, durante varios años, tanto el Honved como la Selección Húngara (“los Magiares Mágicos”) golearon a todo el que se le puso delante...
    Pancho Puskas era una de las piezas clave de aquel sistema. Sobre que, con sistema o sin sistema, fue el mejor goleador que ha habido nunca: con Hungría marcó ochenta y tres goles en ochenta y cuatro partidos, registro casi imposible de superar.
    En 1956 los comunistas soviéticos aplastaron con sangre el intento de la nación húngara de sacudirse el yugo (¡eso sí que era un yugo!) estalinista. Al Honved le pilló de gira en el exterior, y casi todos sus jugadores aprovecharon para huir; entre ellos Kocsis y Czibor, que fueron fichados por el Barcelona, donde ya estaba Kubala, que había huido antes, y Puskas, que fue fichado por el Real Madrid. En el equipo blanco se unió a Di Stéfano y formó parte de la mejor delantera de todos los tiempos: Kopa, Rial, Di Stéfano, Puskas y Gento.
    Eran los años en los que, si por casualidad, algún equipo de cualquier lugar del orbe se le ponía tonto al Real Madrid, allí aparecían Di Stéfano o Puskas, o los demás, metían en un santiamén cuatro o cinco goles como cuatro o cinco cañonazos, y allí se acabó lo que se daba y no había más que hablar.
    Y si no, que se lo pregunten al Eintracht de Frankfurt, aquel equipo alemán que en la final de la Copa de Europa de 1960 -la más alta ocasión que vio, y probablemente verá, el fútbol de clubs- empezó por subírsele a las barbas al Real y marcaron el primer gol. Allí se pusieron Puskas y Di Stéfano a meter goles y, en menos que canta un gallo, se fue el Madrid a 5-1. Y siguieron... Luego, el equipo español se dejó meter dos goles para que en Europa no le llamaran abusón, y acabó el partido 7-3.
    Aquella tarde memorable, en el Hampdem Park de Glasgow, ante 135.000 incrédulos espectadores, Puskas metió cuatro goles; y los otros tres, Di Stéfano, el mejor futbolista de la Historia…
    Vi jugar a Puskas en Murcia, en el viejo estadio de la Condomina, una tarde del otoño de 1963 en la que los defensas pimentoneros patearon sin piedad las espinillas del Cañoncito Pum.
    Puskas era una bomba redonda y chatilla que subía y bajaba por el campo; paraba, pasaba, centraba, chutaba, corría y aguantaba estoicamente las coces murcianistas, trabajando como un albañil en el tajo del césped, él, que seguía siendo, a sus treinta y seis años, uno de los mejores futbolistas del mundo.
    ¡Ay, Panchito Pum, Panchito Pum: qué jugadas traidoras nos depara el juego de la vida!
    Ahora, Ferenc Puskas tiene el terrible mal de Alzheimer. Ahora, Ferenc Puskas navega por un mar de niebla y olvido. No sabe Panchito Pum que fue muy grande. Ya no sabe que, durante muchos años, alegró la ilusión de los niños. Ya no sabe que guardábamos sus estampas como joyas sagradas. Ya no sabe nada Panchito Pum. Juega en campos de tinieblas.
    ¿Quién ha pateado tus recuerdos de aplausos y admiraciones? ¿Quién ha arrasado tu nostalgia de áreas y goles? ¿Quién ha secuestrado tu memoria de triunfos y Copas de Europa?
    Necesita la familia de Puskas bastante dinero para sus cuidados. El Real Madrid le ayuda desde hace cinco años con una importante suma. El día 2 de noviembre se subastan en Chester, Inglaterra, muchos objetos personales de Puskas…
    Yo no sé, Cañoncito Pum, si el Real Madrid va a estar en la subasta. Pero sí sé, que, si yo fuera millonario, estaría allí, en primera fila. Y compraría por el doble de su precio todos los objetos: tus botas, con su olor a gloria y a sudor de goles; tu camiseta, si sudada y sin lavar, mucho mejor; tus calcetas blancas, que eran como la munición con que cargabas la batería de tus pies. Pero sobre todo, sobre todo, yo pagaría un potosí por el rescate de tu memoria, Cañoncito Pum.

                                                                                  J.Ch.



              Publicado en el diario Ideal. Granada, 1 de noviembre - 2005.