martes, 29 de mayo de 2012

POESÍA Y PROSA DE JUAN CHIRVECHES (Reseña de Antonio Marín para el diario Ideal, de Granada)

                         POESÍA Y PROSA DE JUAN CHIRVECHES

                                        ANTONIO MARÍN


 Los pasados días se ha presentado en la sede de la Asociación de la Prensa de Granada el segundo poemario de Juan Chirveches: El abrir de abril (ed. Educatori, 2011). Al inicio del poemario reproduce uno de sus artículos publicados en el periódico IDEAL, titulado “Poética”, en el que se lee esta frase suya: “en la poesía cabe todo, todo menos la prosa”.
 Poeta del ritmo, la métrica, la rima, conservador de la tradición, nostálgico, meticuloso, lírico y a veces trágico: “Quiero irme con noviembre/ por senderos solitarios./ ¿Quién me llamará esta noche/ de turbulentos gusanos?”, leemos en La sangre de noviembre, libro en el que musica las cuatro estaciones fundiendo olores con colores y esencias, perfumes más que colonias.
 Y es que en esa obra, en su obra en general, percibo cierta tristeza o una añoranza que, a veces, se difumina entre coplillas llenas de jolgorio alegre, mercadillos donde se venden toda clase de productos, mozas atrevidas en fiestas, pájaros contentos o niños por el sendero repitiendo “poemas que hablan de sueños”…  Tristeza o añoranza que con frecuencia finaliza con la muerte que se repite como algo muy cotidiano en la cosmovisión de lo que le rodea.
 Cosa diferente son sus artículos periodísticos, que constituyen verdaderas joyas literarias, en los que combina breves relatos, como el titulado “Pepe” (Ideal, 24 de mayo 2004), anécdotas investidas de elegancia literaria, innumerables piezas en las que pasa por los pueblos denunciando barbaridades urbanísticas y demandando la conservación de las cosas que siempre formaron parte de los mismos, o describiendo personajes, bares, lugares, sensaciones, pasajes históricos… como podemos leer en su libro El traje de la ciudad.
 El abril de abril se ha presentado en octubre al público por demoras que a veces o siempre la misma vida impone. Aunque ahora parece que estamos en una lucha entre el invierno y el verano por perdurar y romper así la cadencia de los ciclos.
 Este es el segundo poemario de Juan Chirveches con el que he sufrido, me he alegrado, he temido y he deseado. Con el que también he llorado, he cantado, he sentido nostalgia. Con el que he muerto o he percibido el impulso de quien casi acaricia la idea del suicidio a través de ese poema en que el protagonista sabe que es “dueño de su muerte, puesto que no lo es de su vida”…
 El poeta se asoma al espejo y no se ve:
   
                            Dentro del espejo hay alguien
                           que parece que soy yo.
                           Mas no es así mi mirada,
                           no veo ahí mi interior.
                           Esa sonrisa no es mía.
                           No es ése mi corazón.
                           El espejo me devuelve
                           a alguien que no soy yo.

 Ciento once poemas rimados, estructurados en quintillas, coplas, romances, jitanjáforas, soleares, redondillas, etc., con alguna licencia, pero lejos del verso libre. No tiene reparo en utilizar recursos de los que muchos otros huyen por considerarlos arcaicos o manidos. Aparecen los colores grises, el mar, los pájaros, las nubes, el cielo, las estrellas o los amaneceres. Apuesta por estos términos de los que cualquier manual escrito por aquel que se considera “poeta moderno” se aleja en la búsqueda de otros más novedosos, argumentando originalidad.
    Pero el amor estuvo, está y estará ahí siempre, y el cielo y el mar, y no hay infinitos suficientes para esquilmarlos. Lo que faltan son conductores sutiles, poetas como Juan Chirveches para estructurarlos de maneras únicas, para estrujarlos hasta el último aliento. Ahí está la originalidad y no en huir de los elementos con los que se forman las sustancias y la música.
 Expresiones magistrales como “vértigos de pasión”, “el rumor de mi sangre”, “las paredes de la noche”, “el teatro del cielo”… y tantas otras. En El abril de abril uno viaja por las penas de la vida, cuando llega noviembre, y también por sus alegrías con el kikirikí del gallo, o ajeno al tiempo cuando una niñita duerme tras el canto de una nana, o cuando se jalea al torero al que todos aplauden mientras la muerte acecha en el tejado. Incluso se apena uno con la muerte del toro bravo que no se deja derrumbar y muere como el mártir que no renuncia a su creencia a pesar de que las ascuas atormentan.
 El mar, la soledad, el deseo y la pasión. El amor no correspondido y el violador o el asesino de quien dice ser su amor para generar dos desgraciadas soledades, una muerta y otra más que muerta en vida.
 Tras leer su poemario, doy razón a lo que explica Chirveches en su Poética: en los poemas cabe todo, incluso la muerte solitaria en un barrio acostumbrado a la muerte violenta, o los celos y la infidelidad.  
 También cabe la prudente ironía frente a los descalabros del lenguaje sexista, bien aprovechada y diluida entre los versos que ustedes descubrirán leyendo esta obra de Juan Chirveches.

                   Artículo del diario Ideal (edición impresa).
                          Granada, 11 de noviembre - 2011