Por Juan Chirveches
Las personas indignadas -cientos de miles-
que el pasado 19 de junio se manifestaron por las calles de toda España,
sacudida-réplica del 15 de mayo, representan, a su vez, a millones de
indignados que, aunque no se manifiesten públicamente, están, estamos, también,
enfadados. Muy enfadados.
No debieran los gobernantes, o aspirantes a
serlo, hacer oídos sordos a tanto ruido…
Cada cual tiene sus particulares,
heterogéneas indignaciones; pero siempre en el mismo sentido. Y todas ellas,
sumadas, dan como resultado una gran, una gigantesca indignación colectiva que
sacude a España de arriba a abajo.
Básicamente, la oceánica protesta del
movimiento de los indignados va contra los políticos: contra sus privilegios,
que ellos mismos se autoarrogan en una cínica puesta en práctica del “Juan
Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”; contra su inoperancia; contra sus
escandalosos derroches; contra sus constantes embustes; contra sus connivencias
y tolerancias con los agresivos especuladores y los financieros salvajes;
contra sus traiciones, sus corrupciones, sus enfermizas ambiciones…
Los políticos, a su vez, adoptan ante este
fenómeno la conocida táctica del avestruz: esconden la cabeza, pero dejan a la
vista, y bien expuesta, toda la masa de su indiferencia. No dan la cara. No
salen. Esperan, ocultos tras sus paraguas de huera palabrería, a que pase el chaparrón.
Miran para otro lado, como si la cosa no fuera con ellos.
Apenas si asoman los señores políticos, o
sus voceros, para decirnos que el movimiento de los indignados debe hacer propuestas
concretas; nombrar interlocutores; autoconvertirse en partido político… Y todo
es echar balones fuera, capear el temporal, aliviarse, aguantar como sea, a la
espera de que el movimiento, suponen, se desinfle y desactive durante el
verano.
Metidos en su esfera de privilegios, en su
burbuja de vanidades, en su hinchada nube que les nubla la visión de lo
cotidiano, no quieren entender, o no quieren afrontar, que el movimiento del 15
de mayo no se puede convertir -ni tampoco quiere- en un partido político,
porque no es un movimiento político. Que no tiene por qué nombrar
interlocutores, porque ya lo son todos y cada uno de los millones de indignados
de la nación. Que las propuestas generales que hacen no responden a un
predeterminado programa ideológico, más a la derecha, o más a la izquierda,
sino a la convicción general de que es necesaria y urgente una profunda
higienización, una honda limpieza, un intensivo baldeo de la vida pública.
No parece que nuestros hombres públicos
quieran afrontar que no se trata de nombrar interlocutores ni de hacer propuestas
específicas… No quieren entender (o lo entienden demasiado bien y se intentan
hacer los suecos) que la enorme movilización del 15 de mayo, o Movimiento de
los Indignados, está al margen y por encima de las tradicionales ideologías
políticas, que, cada vez más nítidamente, para la juventud y para todos,
comienzan a sonar a cosa rancia y como de siglo pasado. No quieren entender que
es un movimiento, digamos, transversal, donde confluyen y se aúnan gentes de la
derecha y de la izquierda; creyentes y no creyentes; jóvenes y mayores;
votantes y no votantes. Que no se trata de hacer ninguna propuesta para que los
miles y miles de políticos que mantenemos -locales, mancomunales, comarcales,
provinciales, regionales, nacionales, continentales y mundiales-, que parten y
se reparten la tarta de nuestros impuestos, la estudien, nombren una comisión y
“veamos qué se puede hacer”, para, al final, no hacer nada.
A ver si quieren enterarse, de una vez, que
de lo que se trata, sencillamente, es de un alto enfado colectivo. De un fuerte
meneo general de amplísimos sectores de la nación española frente a la falta de
escrúpulos, y la falta de ética, de buena parte de sus dirigentes.
Que no es necesario lanzar propuesta
concreta alguna, porque las líneas maestras de lo que se pide están tan claras
como el agua clara (pero no hay peor sordo que el que no quiere oír): Decencia y
control en la praxis política, financiera, empresarial y sindical. Respeto al
hombre de la calle, que es quien sostiene, con su dinero, todo el tinglado.
Inteligencia de que dedicarse a la actividad política no es poseer una licencia
para abusar, ni para enriquecerse. Que meterse a hacer altos negocios, o mover
altas finanzas, no es un salvoconducto para avasallar, ni un vale con el que
todo vale. Que construir edificios no es destruir paisajes ni arrasar
poblaciones. Que vender casas no tiene por qué ser sinónimo de robar, o de
atracar a ladrillo armado al comprador.
Y que habría que depurar responsabilidades
y llevar ante la Justicia,
como se ha hecho ya en algún país europeo, a quienes conscientemente, por
acción u omisión, han envenenado la
Economía con tan desastrosos efectos para todos. Porque al
igual que es un delito envenenar el aire, las aguas o los alimentos, también
debiera serlo envenenar las relaciones económicas con “activos tóxicos” y demás
productos infernales que nos han abocado a la triste e incierta y arriesgada situación
actual.
Se trata, tan solo, de eso, señores
políticos. Es algo que, de tan elemental, hasta da vergüenza tener que
escribirlo. Aunque, ya sabemos, y este articulista el primero, que, dada la
condición humana, todo esto es lo mismo que clamar en el desierto; o como escupir
en el mar, que decía el clásico. Pero, al menos, aquí queda puesto. Y expuesto.
Publicado en el diario Ideal. Granada,
1 de julio - 2011