POESÍA Y PROSA DE JUAN CHIRVECHES
ANTONIO
MARÍN
Los pasados días se ha presentado en la sede
de la Asociación
de la Prensa
de Granada el segundo poemario de Juan Chirveches: El abrir de abril (ed.
Educatori, 2011). Al inicio del poemario reproduce uno de sus artículos
publicados en el periódico IDEAL, titulado “Poética”, en el que se lee esta
frase suya: “en la poesía cabe todo, todo menos la prosa”.
Poeta del ritmo, la métrica, la rima,
conservador de la tradición, nostálgico, meticuloso, lírico y a veces trágico:
“Quiero irme con noviembre/ por senderos solitarios./ ¿Quién me llamará esta
noche/ de turbulentos gusanos?”, leemos en La sangre de noviembre, libro en el
que musica las cuatro estaciones fundiendo olores con colores y esencias,
perfumes más que colonias.
Y es que en esa obra, en su obra en general,
percibo cierta tristeza o una añoranza que, a veces, se difumina entre
coplillas llenas de jolgorio alegre, mercadillos donde se venden toda clase de
productos, mozas atrevidas en fiestas, pájaros contentos o niños por el sendero
repitiendo “poemas que hablan de sueños”…
Tristeza o añoranza que con frecuencia finaliza con la muerte que se repite
como algo muy cotidiano en la cosmovisión de lo que le rodea.
Cosa diferente son sus artículos
periodísticos, que constituyen verdaderas joyas literarias, en los que combina
breves relatos, como el titulado “Pepe” (Ideal, 24 de mayo 2004), anécdotas
investidas de elegancia literaria, innumerables piezas en las que pasa por los
pueblos denunciando barbaridades urbanísticas y demandando la conservación de
las cosas que siempre formaron parte de los mismos, o describiendo personajes,
bares, lugares, sensaciones, pasajes históricos… como podemos leer en su libro
El traje de la ciudad.
El abril de abril se ha presentado en octubre
al público por demoras que a veces o siempre la misma vida impone. Aunque ahora
parece que estamos en una lucha entre el invierno y el verano por perdurar y
romper así la cadencia de los ciclos.
Este es el segundo poemario de Juan Chirveches
con el que he sufrido, me he alegrado, he temido y he deseado. Con el que
también he llorado, he cantado, he sentido nostalgia. Con el que he muerto o he
percibido el impulso de quien casi acaricia la idea del suicidio a través de
ese poema en que el protagonista sabe que es “dueño de su muerte, puesto que no
lo es de su vida”…
El poeta se asoma al espejo y no se ve:
Dentro del espejo
hay alguien
que parece que soy
yo.
Mas no es así mi
mirada,
no veo ahí mi
interior.
Esa sonrisa no es
mía.
No es ése mi corazón.
El espejo me
devuelve
a alguien que no soy
yo.
Ciento once poemas rimados, estructurados en
quintillas, coplas, romances, jitanjáforas, soleares, redondillas, etc., con
alguna licencia, pero lejos del verso libre. No tiene reparo en utilizar
recursos de los que muchos otros huyen por considerarlos arcaicos o manidos.
Aparecen los colores grises, el mar, los pájaros, las nubes, el cielo, las
estrellas o los amaneceres. Apuesta por estos términos de los que cualquier
manual escrito por aquel que se considera “poeta moderno” se aleja en la
búsqueda de otros más novedosos, argumentando originalidad.
Pero el amor estuvo, está y estará ahí
siempre, y el cielo y el mar, y no hay infinitos suficientes para esquilmarlos.
Lo que faltan son conductores sutiles, poetas como Juan Chirveches para
estructurarlos de maneras únicas, para estrujarlos hasta el último aliento. Ahí
está la originalidad y no en huir de los elementos con los que se forman las
sustancias y la música.
Expresiones magistrales como “vértigos de
pasión”, “el rumor de mi sangre”, “las paredes de la noche”, “el teatro del
cielo”… y tantas otras. En El abril de abril uno viaja por las penas de la
vida, cuando llega noviembre, y también por sus alegrías con el kikirikí del
gallo, o ajeno al tiempo cuando una niñita duerme tras el canto de una nana, o
cuando se jalea al torero al que todos aplauden mientras la muerte acecha en el
tejado. Incluso se apena uno con la muerte del toro bravo que no se deja
derrumbar y muere como el mártir que no renuncia a su creencia a pesar de que
las ascuas atormentan.
El mar, la soledad, el deseo y la pasión. El
amor no correspondido y el violador o el asesino de quien dice ser su amor para
generar dos desgraciadas soledades, una muerta y otra más que muerta en vida.
Tras leer su poemario, doy razón a lo que
explica Chirveches en su Poética: en los poemas cabe todo, incluso la muerte
solitaria en un barrio acostumbrado a la muerte violenta, o los celos y la
infidelidad.
También cabe la prudente ironía frente a los
descalabros del lenguaje sexista, bien aprovechada y diluida entre los versos
que ustedes descubrirán leyendo esta obra de Juan Chirveches.
Artículo del diario Ideal (edición impresa).
Granada, 11 de noviembre - 2011