martes, 13 de marzo de 2012

ESA MULTITUD DE POLÍTICOS

                          

                                                                        Por  Juan Chirveches


    En los últimos años todas las encuestas, elaboradas por los más prestigiosos centros sociológicos, vienen señalando que los españoles consideramos a los políticos como el segundo gran problema nacional, sólo superado por la crisis económica que nos azota, con su lamentabilísima consecuencia de cinco millones de desempleados.
    Y tenemos tan pésimo concepto de los políticos por su manifiesta ineficacia, por la alta cifra de casos de corrupción, por los abusivos privilegios de que gozan, por el tremendo despilfarro y derroche a que han venido sometiendo las arcas públicas, por la insultante memez de muchos y muchas, por sus constantes embustes… y, también, por el elevadísimo número de ellos: una multitud, un sinfín, un abigarrado batallón, un denso bosque, un inabarcable exceso de políticos.
    Los hombres públicos son necesarios. Y bastantes, honrados y admirables. Es una labor difícil e ingrata, cuyo sutilísimo desempeño ha merecido, en numerosos casos, el reconocimiento, el agradecimiento y la estatua de sus pueblos.
    Lo que de ninguna manera es necesario para una sociedad, para un país, son tantísimos como hay. No tenemos necesidad alguna de esta ingente cantidad de políticos que padecemos en España. O en Ex paña: que, entre Europa por arriba y las autonomías regionales por abajo, ya vamos dudando hasta de cómo hay que escribir el nombre de nuestra patria.
    Decía que para regir nuestros destinos y organizar nuestra convivencia, en absoluto hace falta esa aglomeración, ese enjambre de hombres públicos y mujeres públicas libando todos del panal de rica miel del Presupuesto.
    Lo del Senado es verdaderamente pintoresco: una cámara inútil en la que dormitan, cuando van, doscientos sesenta y tres senadores. Está supeditada por completo al Congreso de los Diputados, del cual es, como si dijéramos, la pariente tonta. Cámara pantomímica; una especie de farsa. Las enmiendas que introduce o los vetos que opone a los textos legislativos que le remite el Congreso, pueden ser rechazados por éste, o no, según vean, sin más. No tiene, por tanto, a la postre, capacidad legislativa alguna, ni para iniciar ni para enmendar ni para aprobar los textos legales que se tramitan.
    Por si lo anterior no fuera suficiente, la inutilidad del Senado se ve de forma más clara aún en su supuesta y vaporosa función de armonizar las leyes de las comunidades autónomas. Puesto que, vistas la desarmonía y desbarajuste que han traído las autonomías regionales, y padecemos, queda patente que el Senado ni siquiera ha sido capaz de llevar a cabo esa función.
    De manera que, es insólito que siga existiendo una cámara inoperante, inservible, que nos cuesta a los españoles cincuenta y cinco millones de euros, más de nueve mil millones de pesetas, cada año, todos los años.
    Pero donde la multitud de políticos alcanza las cotas, o las simas, más llamativas, es en ese forzado e innecesario invento de las comunidades autónomas, esa especie de subestados insostenibles, esa pesada carga que soportamos sobre nuestros hombros, ese fardo: sólo los diecisiete parlamentos regionales, con sus mil doscientos sesenta y ocho parlamentarios, nos cuestan, le cuestan a usted, amable lector, cada doce meses, cuatrocientos millones de euros, que son más de sesenta y seis mil quinientos millones de pesetas, a pagar a escote entre todos nosotros, entre todos ustedes. Y ahí no entran los presupuestos de las diecisiete consejerías de Educación, ni las diecisiete consejerías de Sanidad, ni las diecisiete consejerías de Turismo, ni las diecisiete consejerías de Trabajo, ni las diecisiete consejerías de Igualdad, etc. No, no: son sólo los diecisiete parlamentos los que cuestan esa desorbitada cantidad. Así que calculen.
    Claro que siempre habrá alguien que diga que eso es el “chocolate del loro”, esa expresión tan de moda. Pues miren: muchos chocolates del loro juntos, pueden dar como resultado una gran chocolatada.
    Y, en cualquier caso, díganle a los cinco millones de parados que sufre España, y que sufren la organización política de España, díganles a ellos que setenta y cinco mil millones de pesetas al año, gastados, por un lado, en un Senado absolutamente prescindible, y, por otro, en unas duplicidades y multiplicidades reiteradas diecisiete veces, para organizar diecisiete veces los mismos asuntos para los que ya está el Ministerio correspondiente…, díganles a ellos, con la de ayudas que podrían sacarse de ahí, que eso es el chocolate del loro.
    De cualquier manera, al margen de lo que cuesten, de lo que se trata es de racionalizar y poner un poco de sentido común y de lógica en todo este disparate, en todo este derroche. Simplemente, como postura ética y de decencia política. En un país al borde de la recesión, donde los jóvenes tienen que buscar empleo en el exterior y donde el paro azota de forma inmisericorde a la población, no es de recibo mantener una cámara inoperante cuya supresión se pide desde la sociedad, constantemente, a los políticos, sin que éstos hagan el menor caso por puro corporativismo de Casta.
    Como no es de recibo el ruinoso modelo territorial de las comunidades autónomas, igualmente prescindibles. Son los diputados por Granada, por Zamora, por Baleares o por La Coruña quienes debieran estar obligados a reivindicar o defender en las Cortes las necesidades e intereses de los territorios que representan y por los que ha sido elegidos. Y no ir a Madrid a pulsar un botón de cuando en cuando.                                         J. Ch.
                    Publicado en Ideal. Granada, 8 de febrero - 2012